Arte por Laura García
La Justicia Menstrual invita a convertir en acción la primera palabra de este concepto: Justicia. Y parte de la justicia en esta temática es reconocer que hoy, en ciertos espacios, podemos hablar libremente de menstruación gracias a la gestión y entrega de aquellxs que nos han antecedido. Tanto en los movimientos feministas con sus luchas y logros, así como las organizaciones y/o proyectos que se han dedicado a trabajar en el país por la salud sexual y reproductiva de las mujeres y personas con capacidad para gestar. A quienes abrieron camino y a quienes están en pie de lucha, gracias.
Ahora bien, al hablar de Justicia Menstrual, es necesario reconocer que esta busca erradicar las injusticias que viven las personas que menstrúan por el simple hecho de hacerlo en una sociedad que les juzga y violenta por ello. Injusticias que ocurren desde antes que la primera menstruación tenga lugar en la vida de las infancias y/o adolescencias. Y que se recrudecen de acuerdo con el sexo, identidad de género, orientacion sexual, raza-etnia, edad, religión, idioma-lengua-dialecto, nacionalidad, discapacidad, cultura, entre otros. Violencias que emanan debido a uno de los tabúes más longevos de la historia de la humanidad: el tabú menstrual. Tabú que, hasta nuestros días, nos ha negado la posibilidad de llamarla por su nombre: menstruación.
Y justamente el tabú menstrual es lo que nos ha sumido en el desconocimiento de nuestra propia ciclicidad, en el rechazo a nuestra propia sangre menstrual, en la exclusión de la vida y escenarios públicos, en la invisibilización de la experiencia menstrual en nuestros hogares, escuelas, universidades, iglesias, Estado y, por supuesto, el trabajo.
Precisamente, a la luz de lo que acontece en el país, donde se vislumbra un pequeño adelanto en materia de derechos humanos y menstruales con el P. del S. 1052, que propone una licencia menstrual, lo vivenciado en las primeras vistas públicas de parte de quienes se oponen ratifica que la salud de las mujeres y personas que menstrúan no tienen cabida. Sus justificaciones estuvieron basadas en las suposiciones de costos monetarios; pero no se escuchó sobre los costos físicos y psicosociales que tiene la desatención, invalidación, inequidad, desventajas e injusticias en la vida de las mujeres y las personas que menstrúan en sus lugares de trabajo o en el acceso a este. Pareciera que para el mundo laboral la cuerpa de las mujeres y personas que menstrúan solo importa en la medida que produzcan y reproduzcan aquello que la sociedad y la cultura espera de ellos, pero se les borra cuando esa corporeidad no se ajusta a la mirada androcéntrica de dichos espacios.
Y es en el lugar de trabajo, donde para poder acceder, encajar, se ha impuesto el imaginario patriarcal, machista y misógino de “masculinizar” la cuerpa de las mujeres y personas que menstrúan al impedir que haya rastro alguno de su menstruación y/o vivencia menstrual. Y digo “masculinizar” porque, desde el pensamiento patriarcal, heteronormado, biologicista y esencialista, lo “masculino” es todo aquello que no es de “mujer”, y, desde allí, también se piensa que la menstruación es algo “solo de mujeres”. Situaciones que reflejan otra de las violencias e injusticias que padecen las personas trans, no binarias, al no nombrarles y negarles su existencia como parte de la realidad menstrual.
Una invisibilización tras otra es lo que podríamos ver en el recuento de la historia menstrual. Desde su genealogía, hasta nuestros días. En lo que respecta a Puerto Rico, cuando en el 2018 inicié mi trabajo e investigación en mis estudios doctorales de Psicología Social Comunitaria en la Universidad de Puerto Rico Recinto Río Piedras, estos dieron cuenta de que existía una desatención, un vacío por parte de la academia al no existir investigación alguna sobre la menstruación desde un abordaje biopsicosocial. Por parte del quehacer médico, al no otorgar una atención que no fuera biologicista, esencialista, heteronormada y patologizante del ciclo óvulo-menstrual.
Y del Estado, al no contar con legislación que se ocupara de que las mujeres y personas que menstrúan vivieran su menstruación de manera digna. Sumando a ello, se encontró que no existían factores de protección en materia de educación menstrual para las infancias, adolescencias y juventudes y que no se les otorgaba datos y acompañamiento para recibir y gestionar su menstruación de manera informada, lo que, desde el Estado y sus respectivos entidades, aún no existe.
Es por ello que en pro de la Justicia Menstrual “se hace urgente el poner a la menstruación en la agenda pública y que el Estado se encargue de diseñar e implementar políticas que derriben la inequidad en materia física, estructural, educativa en donde quiera haya personas que menstrúen. Se hace urgente trascender el debate y pasar a la acción que garantice que las mujeres y personas que menstrúan cuenten con entornos aptos y seguros para gestionar su menstruación de manera digna. Se hace urgente trabajar en la erradicación del tabú menstrual para que se pueda hablar de menstruación de manera informada. Se hace urgente que la ciencia médica asuma y trabaje los sesgos por sexo y género garantizando y preservando la salud de las mujeres y personas con útero, así como atender la deuda que tiene con la temática menstrual. Se hace urgente el entendimiento de que, cuando se habla de condiciones laborales dignas, se debe incluir todo lo relacionado a las mujeres y personas que menstrúan. Se hace urgente educar, acompañar y garantizar que las infancias reciban su menstruación de manera digna e informada y que cuenten con los recursos necesarios para gestionarla. Se hace urgente entender que una licencia menstrual no se trata de otorgar beneficios ni extras, sino de hacer justicia a la ciclicidad de las mujeres y personas que menstrúan en un mundo adverso para hacerlo”.
*Tomado de la participación de Lluvia Roja en las primeras vistas públicas del P. del S. 1052.