Arte por María del Mar Lugo Molina @eme.del.mar
¡Y es que no es moralmente aceptable la mujer delincuente!
La cárcel de Belén fue la primera prisión para mujeres. Se creó para el año 1683 en México y las reclusas debían ser solteras. Allí, reinaba el hambre y la inmundicia. Fue sede de todo tipo de abusos y malos tratos, y las mujeres se veían obligadas a prostituirse a fin de poder reinsertarse a la comunidad.
Esta cárcel pretendía dar un espacio diferenciado entre géneros. Y es que, en todo el mundo, la mujer sufre desigualdad y discriminación en todas las esferas. Dentro de las paredes de una prisión, no hay excepción. ¿Cuánto ha cambiado este destierro para la mujer?
La mujer ha estado marginada en todas sus facetas, con una existencia negada. La igualdad no se ha conseguido y aunque existen leyes y promesas de parte de nuestros gobiernos, estamos muy lejos de conseguirlas. Por lo cotidiano del asunto, el discrimen pareciera socialmente aceptable y guarda relación con la vida en familia y las costumbres del patriarcado. La cárcel no es una excepción al abuso que sufre una mujer. Dentro de las murallas del destierro, ser mujer es una complicación aun mayor. No solo sufres abuso sexual y físico por parte de la oficialidad, sino que vives la desigualdad del sistema penal: un sistema que fue creado originalmente para hombres y que, al pasar los años, no se ha adaptado a las necesidades de la mujer confinada.
Se manifiesta mundialmente el repudio a la violencia de la mujer, siendo esto una ofensa a la dignidad humana. Pero, ¿qué sucede cuando mujeres y jóvenes adultas viven entre rejas y paredes la violación clara de los derechos establecidos? Cuando experimentan amenazas a su integridad personal, la falta de higiene y de condiciones óptimas, el quiebre de su derecho a la salud, a la vida. Todos los elementos básicos de una vida digna, disminuidos. Y las personas encargadas de garantizarlos nos violentan en un entorno olvidado socialmente.
Yo estuve varios años dentro de las paredes de una cárcel. Allí, sufrí humillaciones, abuso físico y sexual por parte de oficiales encargados. Me vi obligada a callar mi voz muchas veces, ya que podía ser peor. Las represalias podían ser nefastas y hasta acabar con un plan institucional trazado que me permitiría volver antes a casa.
La precaria ayuda para la salud mental, los edificios enfermos, la pobre calidad de la comida, de atención médica y de servicios sociales eran la orden del día. Y levantar un grito de auxilio conllevaba un gran problema. Curiosamente, esto era silenciado ante la luz pública. Aunque han pasado años desde mi violento proceso, sigo en comunicación con las “chicas” que me informan que hoy día los abusos siguen siendo cometidos por parte de un grupo de oficiales llamados a velar vidas y propiedades.
Las condiciones de vida en una institución carcelaria femenina dictan mucha diferencia de la institución masculina. Los hombres gozan de privilegios y talleres que los capacitan para la reinserción eficaz a la comunidad, reciben ayuda en su proceso, cuentan con pases iniciales, las instituciones donde cumplen su sentencia se encuentran en condiciones óptimas y toman estudios que los forman para el autoempleo, lo que les garantiza una rehabilitación real. ¿Por qué la mujer confinada sigue sufriendo esa desigualdad?
Simple. Por ser mujer.
Recordemos brevemente que la Convención de Belém Do Pará, primer tratado en el mundo en reconocer la violencia contra la mujer, establece en su artículo 2 “la violencia contra la mujer incluye violaciones perpetradas o toleradas por el Estado o sus agentes donde quiera que ocurram”.
Tomando lo expuesto en el tratado, debemos, como mujeres, levantar nuestra voz una vez más y exigir que se nos validen los derechos fundamentales consagrados en nuestra Constitución y a que se establezcan propuestas destinadas a sanear la evidente violación de derechos en la cárcel de mujeres y a exigir una vida libre de violencia en ambas esferas del derecho social. La cárcel debe ser un entorno libre de abuso físico, sexual y moral. Basta ya de las burlas que nos hace el sistema de gobierno cuando intenta callar nuestro grito.