La Selección Nacional de Estados Unidos revalidó su título cuando el pasado domingo se coronó por segunda ocasión consecutiva como el onceno campeón en la Copa del Mundo de Fútbol de Mujeres. La victoria 2-0 sobre la representación de Países Bajos en el partido final no solo le dio a las estadounidenses su cuarto trofeo en este certamen, sino que, además, aportó a visibilizar nuevamente la lucha de estas mujeres por lograr equidad salarial con respecto a los hombres que representan a su país en el mismo deporte.
Tras sonar el silbato que oficializó la conclusión del juego y de la Copa, hinchas estadounidenses en las gradas del Parc Olympique en la ciudad francesa de Lyon, celebraron el triunfo de su equipo mientras gritaban “Equal Pay” (paga igualitaria). Apenas comenzaba la noche en esa región de Francia y la celebración de las campeonas fue precedida por un reclamo que transformó un famoso estadio en un ágora en donde miles de personas querían llamar la atención de los principales líderes del fútbol de los Estados Unidos y de la propia FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación).
Y es que las jugadoras estadounidenses aprovecharon la plataforma de la Copa del Mundo y la atención mediática que genera este evento de selecciones nacionales para recordarnos que todavía resta mucho camino por recorrer en la agenda de alcanzar equidad de género en el fútbol y en el deporte en general.
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El onceno de las estadounidenses ocupa el primer lugar en el escalafón mundial de selecciones de mujeres que participan en competencias de la FIFA. Con cuatro trofeos de campeonato, son el equipo que más títulos ha ganado en las ocho ediciones de la Copa del Mundo. Además, el interés del público por la participación de estas deportistas continúa aumentando. El apoyo se refleja en aspectos tales como el crecimiento en la asistencia a los juegos de la selección, el aumento en la compra de camisas oficiales del equipo y en el interés de algunas empresas que ahora se interesan en proveer auspicio a las jugadoras.
Además, estas mujeres son la cara del fútbol de los Estados Unidos. Han participado de todas las ediciones de la Copa del Mundo desde que el torneo debutó en el 1991.
Por su parte, el equipo de hombres falló en cualificar al pasado mundial celebrado en Rusia en el 2018. El onceno masculino ocupa la posición #30 en el escalafón de la FIFA.
Es en el contexto de sus logros que las integrantes de la Selección Nacional de los Estados Unidos le reclaman a la Federación de Fútbol de su país por la eliminación de la brecha salarial entre los hombres y mujeres que participan en partidos de torneos auspiciados por la FIFA y la Concacaf, que es la entidad regional para equipos de naciones pertenecientes a Norteamérica, Centroamérica y el Caribe.
Si bien las jugadoras estadounidenses firmaron un convenio colectivo con la federación de su país en el 2017 y lograron mejorar algunos aspectos relacionados a su salario y el pago de bonos por partidos, la brecha salarial por razón de género continúa demostrando un discrimen hacia las futbolistas.
Apenas tres meses antes del inicio del mundial, 28 jugadoras de la Selección Nacional de Estados Unidos demandaron a la Federación de Fútbol de su país por discrimen de género. La discriminación, dijeron las atletas, afecta no solo a sus pagos, sino también tiene que ver con dónde juegan y con qué frecuencia, cómo entrenan, el tratamiento médico y entrenamiento que reciben, e, incluso, cómo viajan a los partidos.
El problema trasciende a la Federación de Fútbol de los Estados Unidos e implica también a la FIFA. Por ejemplo, al equipo campeón de la Copa del Mundo 2019, la FIFA le otorgó un premio de $4 millones. Por su parte, al onceno ganador del mundial de hombres en el 2018 se le dio un premio de $38 millones.
Mucha gente insiste en justificar esta diferencia monetaria recurriendo a viejos argumentos de la lógica clásica del mercado. Plantean que más gente apoya el fútbol de hombres a nivel mundial. Exponen que por eso existen más auspiciadores comerciales y apoyo de los medios de comunicación hacia el fútbol masculino. Añaden que se trata de un asunto de oferta y demanda y que las mujeres tienen que “venderse” mejor dentro de las normas del deporte corporativo si desean más apoyo económico, mayor exposición mediática y equidad salarial.
El problema de insistir en circunscribirse a esta lógica económica es dejar exclusivamente en manos de corporaciones e instituciones deportivas de poder el diseño de las estrategias que harán el fútbol femenino como una actividad más mercadeable.
Al igual que otras organizaciones deportivas, la FIFA tiene una trayectoria de sexismo y desinterés hacia las mujeres. Basta recordar las nefastas expresiones del expresidente de la FIFA Sepp Blatter, quien, en el 2004, dijo públicamente que una forma de aumentar el interés por las futbolistas sería que estas comenzaran a utilizar ropa más apretada. Igualmente, conocemos la trayectoria de empresas que auspician o le dan difusión a las mujeres atletas solo cuando estas atemperan su ejecutoria a las normas tradicionales de feminidad o los códigos de belleza socialmente aceptables.
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Realmente, ¿confiamos en que instituciones con historial machista y de discrimen hacia las mujeres decidan junto a las corporaciones qué es lo mejor para las deportistas y cuáles son las formas en que estas deben mercadearse?
Por eso, rechazo la lógica que insiste en condicionar los avances económicos a lo que el mercado y las narrativas hegemónicas valoran. En ese escenario, sabemos que las mujeres han estado en desventaja históricamente. Igualmente, el deporte, como práctica cultural, y sus instituciones han operado primordialmente desde una lógica masculina. A eso, le añadimos que quienes dominan y administran las federaciones deportivas son hombres en su gran mayoría.
En el contexto de los Estados Unidos, los avances del deporte de mujeres se deben en gran medida a la implementación de la legislación federal conocida como Título IX (inciso del Education Amendments Acts). Su aprobación inicial en el 1972 fue el resultado del activismo de grupos feministas y organizaciones que lucharon en contra el discrimen por razón de género en programas dentro de escuelas y universidades.
Si quienes propusieron el Título IX se hubiesen dejado llevar por la misma lógica de quienes hoy día insisten en condicionar la equidad salarial a las normas del mercado, el deporte femenino en los Estados Unidos probablemente continuaría ausente de la mayoría de las escuelas y universidades.
Por eso, debemos apoyar los reclamos de equidad salarial y mejores condiciones para las futbolistas alrededor del mundo. Su lucha se trata de un asunto básico de justicia. Equal pay!