Antipatriarcal, feminista, lesbiana, trans, caribeña, latinoamericana.
El sonido y el ritmo de esas palabras retumban en mi cabeza. Mujeres, hombres, personas trans y disidencias con sus camisas color violeta, con letras blancas y esa consigna escrita. Para mí, estaba bien claro y los feminismos en el archipiélago también: EL FEMINISMO ES PARA TODES.
Pero, al llegar a España para continuar con mi formación académica, y desde el privilegio que asumo por ser una mujer cis con acceso a la educación en el norte global, ya el panorama de lo que era el feminismo no estaba tan claro. Se nubló por completo.
¿No era el feminismo para todo el mundo? “¿No era el feminismo ese movimiento que lucha para liberarnos de las normas tradicionales de género, y que, a través de ellas, nos mostraba otras opresiones?”, me preguntaba en los salones de clase cada vez que las feministas “radicales”, como se denominan, atacaban a las personas trans con discursos violentos y llenos de prejuicios. Por cierto, de radicales tienen muy poco. Ser radical, desde el feminismo, es ir a la raíz del sistema patriarcal. Ese movimiento se queda en la superficie. Así que les nombraré feminismo transexcluyente.
La transfobia mezclada con el racismo. Lo escuchaba de muchas estudiantes y fue legitimado por profesoras con mucho prestigio académico en el movimiento feminista, en España. Con argumentos muy contundentes sustentados por conocimiento/poder académico:
“Ser mujer no se elige”. “Ahora, vamos a apoyar y legalizar que las personas quieran ser palmas”. “Las trans quieren baños inclusivo para entrar al baño de las mujeres y violarlas”.
Para las transexcluyentes, ser mujer es nacer con útero y tener vagina. Según ese feminismo, la opresión de las mujeres está condicionada por lo biológico: el sexo.
Escuchaba lo del baño y solo pensaba en Alexa. Ese fue el mismo argumento que se utilizó en contra de ella, mujer trans negra, empobrecida y neurodivergente. Una persona publicó, en las redes sociales, una foto de Alexa con un espejo que se viralizó. La publicación decía que Alexa estaba en el baño de mujeres de un establecimiento de comida rápida “ligando” a las mujeres (cis, por supuesto). Eso le costó la vida. La asesinaron a tiros por “creerse” mujer y por estar “ligando” a mujeres cis en un baño. Para las personas trans, ir al baño es una cuestión de vida o muerte.
Según la campaña mundial de las Naciones Unidas contra la homofobia y la transfobia, Libres e Iguales, “las personas trans sufren discriminación y estigmatización de manera generalizada en los ámbitos del sector salud, la educación, el empleo y la vivienda, así como en el acceso a los baños”. La discriminación y la estigmatización tienen como resultado que la salud psicológica y física sea peor en las personas trans que en el resto de la población.
El argumento principal para sostener todas estas violencias es que las personas trans quieren borrar a las mujeres “biológicas”. Es decir, las que nacen con útero.
Yo no me he sentido borrada por mis compañeres trans. Sus derechos no me intimidan. Que ellas y elles vivan libres de violencia, es ampliar derechos democráticos y humanos. Y esto no significa que no reconozca las violencias a las que sobreviven y experimentan las mujeres cis por razón de sexo. Pero, los seres humanos no podemos vernos solamente desde categorías biológicas. Sí, somos mamíferos. Nacemos hembra (vulva), macho (pene) o intersexuales (presencia en un mismo individuo de características sexuales de macho y de hembra en proporción variable), pero la biología no es lo único que condiciona nuestras vidas. También, lo hace el contexto cultural, la sociedad y la historia. Estamos constituidos por todos esos factores. No podemos pensarnos fragmentados desde la genitalidad. Por consiguiente, que unas personas nazcan machos o hembras no convierte a nadie en mujer o hombre. Porque mujer y hombre son construcciones socioculturales.
El racismo del feminismo transexcluyente
Este movimiento, no solo se manifiesta en España, sino también en México, Chile y Argentina, incluso, en Puerto Rico, aunque no de forma tan evidente.
¿Por qué podemos encontrar racismo en este movimiento?
Las feministas transexcluyentes se niegan a ver matices en la precarización de las mujeres.
Pero, de lo que no se percatan es que, al afrontar los matices, confrontan, a su vez, sus propias ideas. Cuando se habla de que el color de piel, además del género, es un determinante para acceder a recursos esenciales para vivir dignamente, contestan, muchas veces, “hay mujeres blancas pobres también”. En Puerto Rico, el 49.8 % de las mujeres negras viven bajo el nivel de pobreza.
Claro que hay mujeres blancas empobrecidas. Hay desigualdad social en todo el mundo, pero la precarización de las mujeres racializadas del sur global es distinta a la precarización de las mujeres blancas del norte global. Y decir que “hay mujeres blancas pobres” para no aceptar cómo la raza es un factor que determina, en un sistema racista, el empobrecimiento de las personas, es muy parecido al discurso reduccionista de “todas las vidas importan”.
Desde sus burbujas de privilegios cisgénero, blancas y de países desarrollados piensan que hablar de las experiencias de las personas trans y de las mujeres cis racializadas divide el movimiento feminista. Pero, ¿cómo disminuimos la desigualdad y nos movemos hacia la equidad, si no somos capaces de reconocer las diferencias? ¿Cómo podemos aspirar a la justicia social si no queremos reconocer las distintas desigualdades que oprimen a las personas?
He conversado sobre la retórica transfóbica y racista escudada en el feminismo transexcluyente con varias amistades. Una de ellas me dijo que, tal vez, Puerto Rico sostiene un feminismo más inclusivo porque todavía es una colonia. El colonialismo, según ella, ha atravesado nuestras vidas para bien y para mal. Y las complejidades de las opresiones de las mujeres puertorriqueñas ha hecho a las feministas más inclusivas y sensibles ante la diversidad. El otro me recordó que, en este territorio caribeño, históricamente, han sido las mujeres negras, lesbianas, queer y disidencias las que han puesto el cuerpo en primera fila en las manifestaciones en contra de la violencia machista. Yo concuerdo con las dos hipótesis.
La rigidez en las posturas de este feminismo español es evidente. Les cuesta mucho despojarse de sus raíces biológicas occidentales. La historia nos demuestra que el mundo no es homogéneo, sino que hay distintas formas de compresión. No obstante, las feministas transexcluyentes están obsesionadas con los antiguos debates del feminismo de la primera y segunda ola.
Sí, las mujeres blancas del norte global crearon el germen de la revolución feminista. Gracias a la primera y segunda ola del feminismo y sus teorías, hoy puedo votar, estudiar, divorciarme, trabajar, entre otros derechos. Pero el feminismo tiene que crecer y evolucionar con el contexto histórico.
Estoy convencida de que los movimientos feministas necesitan de las teorías. Sin teorías, hoy, no estuviéramos hablando de violencia de género ni de feminicidios. ¿Qué no puede hacer la teoría? Nublarnos la empatía. Impedirnos callar para escuchar profundamente a quienes han vivido lo que desconocemos. Para mirar a les otres. Abrirnos al diálogo. Ese que nos permite (re)conocer.
Y para mostrarnos a favor de que el feminismo debe aprender a ser inclusivo y a despegarse del centro teórico por excelencia (academia), tomo una idea de Emil Cioran, escritor rumano, que hace referencia a la filosofía, pero la voy a reformular: el feminismo académico es aquel que, en el momento más serio, no tiene ninguna influencia.