Hasta el año 2015, Rachel Dolezal se autoidentificaba racialmente como una mujer negra; incluso, llegó a presidir una rama de la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP, por sus siglas en inglés).
En abril de 2020, al morir víctima de COVID-19, se supo que el autor de Loosing my Espanish (2004), H.G. “Hache” Carrillo (Herman Glenn Carroll), no era afrocubano.
En septiembre de 2020, Jessica Krug confesó, a través de un ensayo titulado The Truth, and the Anti-Black Violence of my Lies, que no es negra. “Jess, La Bombalera”, como se llamaba la profesora universitaria, usurpó varios espacios académicos y mediáticos en los que hablaba de su afropuertorriqueñidad. Por ejemplo, escribió una pieza para Essence Magazine sobre negritud en Puerto Rico cuando, por razones de salud, yo no pude cumplir con una fecha límite para entregar un ensayo que titulé Afro-Boricuas: Identity, Race and Inequality for Black Wom[y]n in Puerto Rico.
En enero de 2021, la licenciada Natasha Lycia Ora Bannan renunció a su posición como abogada senior en la organización LatinoJustice Puerto Rican Legal Defense & Education Fund tras revelarse que no es latina. Algunas de sus amistades, en su defensa, señalaron que la latinidad de Ora Bannan no debe ponerse en duda porque sabe bailar salsa y posee atributos físicos que se asocian con las mujeres latinas.
¿Apropiación cultural? Culture Vultures?
En un panel virtual, auspiciado por La Mesa Boricua de Florida, la socióloga afroponceña Zaire Dinzey-Flores comentó sobre el caso de Ora Bannan:
“Estas dinámicas de pasar, de personas blancas pasar como latinas, nutren estereotipos de quién es auténticamente o creíblemente latino. Esas nociones son racistas, valoran y se basan en una noción de supremacía blanca… Uno puede tomar ciertas prácticas culturales y convertirse en latina cuando se les niegan repetidamente a personas negras o a personas que tienen ciertas características que supuestamente no se definen como latinas o puertorriqueñas”.
Si bien el lugar de nacimiento es un accidente, las identidades son construcciones sociales y cada quien debe tener el derecho de elegir cómo se autoidentifica racial, étnica, nacional y culturalmente, esa decisión debe estar anclada en un proceso de autoreconocimiento de sus privilegios.
Si bien todas las personas son racializadas, no todas son interpeladas como personas blancas. Vale la pena explorar cómo operan el racismo, el colorismo y la xenofobia.
En cada conversatorio o taller sobre prácticas antinegritud, sale a relucir el mítico racismo a la inversa. Hay quienes dicen que les han discriminado por ser blancos y se ofenden si les llaman “blanquitos”. Su fragilidad blanca les impide entender que su blancura no es una amenaza para un sistema racista que deshumaniza, degrada, demoniza y criminaliza a personas no-blancas.
Urge reconocer qué espacios se ocupan, quiénes se han quedado fuera y qué poderes se ejercen desde posiciones que denuncian inequidades, pero, a la vez, las reproducen. ¿Por qué falta gente? ¿Qué tipo de representación se promueve desde las portavocías? ¿Qué daños se infligen a las personas vulneradas cuando se asumen identidades que para ellas son la causa de las opresiones que sobreviven cotidianamente?
Sumarse como persona aliada a una lucha no puede ser sinónimo de acallar, invisibilizar y vulnerar a quienes se dice apoyar.
A las personas vulneradas, a las mujeres negras y latinas, no les corresponde, exclusivamente, la responsabilidad de educar y denunciar cuando otras personas han asumido sus espacios. Lamentablemente, en las luchas por la reparación y la sanación, el norte sigue siendo evitar seguir estando vulneradas.
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