Cuando comencé a desarrollar mi trabajo final de Máster en Sexología y Género, titulado Mujeres+ y VIH en Puerto Rico: deconstruyendo opresiones con Perspectiva de Género, me enfrenté a tantas omisiones en la bibliografía revisada que me vi obligada a reformular parte de la investigación.
Por mencionar algunas, predominaron los abordajes del tema desde miradas opresoras hegemónicas: coloniales, patriarcales, esencialistas, binarias, heteronormativas, patológicas, punitivas y moralistas. Ya sabía que estas negligencias eran comunes en la práctica, pues muchas veces lo vi, viví y denuncié durante experiencias laborales previas a nivel preventivo y clínico. También, sabía que la oposición a esas mismas negligencias sentaría las bases de mi trabajo y que tenía que teorizar el análisis de los contenidos desde perspectivas imprescindibles como la diversidad sexo-género, decolonial, transfeminista y transdisciplinaria, enraizadas en los derechos humanos.
Me resulta imposible obviar el hecho de que, al mismo tiempo que lo desarrollaba, estaba reconociéndome como sobreviviente de violencia de género, tramitando una orden de protección, acompañándome y acompañando a otras personas en procesos similares. Y sí, por momentos dudé que lo lograría sin “morir en el intento”, pero me colmé de sano egoísmo (del que hablaba en mi columna previa) y no solo lo logré, sino que el resultado fue un trabajo puntual, crítico, radical y con suficiente “tela pa’ cortar”.
Hoy, mientras revisito esas páginas para problematizar y visibilizar aquí las opresiones de la violencia patriarcal sistémica y su impacto en las realidades de las mujeres+ en Puerto Rico frente a la prevención y la atención del VIH, puedo observarme entera, poderosa, firme, con mayor (auto)compasión y compromiso, y desde una vulnerabilidad autónoma radicalmente sanadora, posibilidad que se entorpece a diario en nuestro restringido archipiélago, y que cuando hablamos de mujeres+ y VIH pareciera que hay que merecerlo. Expongo el contexto porque “lo personal es [siempre] político” y esto es una constante en juego también como profesionales –no asumirlo implicaría incoherencias peligrosas y nada inocentes–.
Cada 10 de marzo, desde hace 18 años, se conmemora el Día Nacional de Concienciación sobre el VIH y el SIDA en Mujeres y Niñas –cisgénero– con campañas que destacan el impacto del virus en estas poblaciones. También, en 2004, en su campaña mundial de duración anual –bajo el lema “Mujeres, Niñas, VIH y SIDA”– ONUSIDA reconocía que los esfuerzos previamente realizados y focalizados en varones para la prevención de la transmisión entre pares y en rápido aumento hacia mujeres y niñas, no estaban teniendo efecto, pues no se atendió con suficiente esmero ni responsabilidad las relaciones de poder entre los géneros.
Desde el principio de la epidemia de la infección por el VIH, los grupos de pensamiento y acción dominantes estaban constituidos principalmente por varones que gozaban de los mismos privilegios patriarcales, independientemente de su orientación sexual y otras interseccionalidades, situación que no ha cambiado demasiado al día de hoy, aún con una mayor participación de mujeres+, aunque en gran medida adaptadas a los mismos estándares. Pareciera que dicha conmemoración se propuso como un llamado al “empoderamiento femenino” romántico-eclesiástico-burgués, distante de la descolonización de los cuerpos y la autodefensa feminista, como un parcho ante las relaciones de poder y sus connotaciones.
Las campañas “preventivas” controladas por la incestuosa relación entre Iglesia y Estado en Puerto Rico, y presentes en la gran mayoría de las instituciones, han sido un absoluto fracaso.
Por una parte han aportado a la marginalización múltiple de las mujeres cisgénero condicionando sus sexualidades, al profundizar sentimientos de culpa y vergüenza, como parte de una cultura centrada entre el tabú sexual y la hipersexualización sexista; y por otra, han insistido en meter a las personas trans binarias y no-binarias en siniestros cajones estereotipados que tratan de justificarse por las normativas y requisitos de financiadores coloniales, violentándose su dignidad con más frecuencia de lo que se quiere aceptar.
Los factores bio-psico-socioculturales que vulnerabilizan a las mujeres+ frente a la transmisión del VIH deben ser considerados en su totalidad y de manera transversal en todas las instancias que pretendan producir saberes o intervenir para reducir las nuevas infecciones. Para atender la prevención en salud pública hay que ir a la raíz de las problemáticas que la afectan. En este caso, la desigualdad, el sexismo y la violencia de género como condicionantes estructurales de las nuevas infecciones, y que a su vez se recrudecen tras un diagnóstico positivo.
Asimismo, las barreras ideológicas, cual pesticida intoxicante, para el acceso a servicios integrales, libres de imposiciones y juicios morales, que aseguren el bienestar y la calidad de vida definidos por las propias mujeres+ viviendo con VIH.
Si las personas investigadoras y proveedoras de servicios no se ocupan de su responsabilidad en hacer un constante trabajo interno de análisis de actitudes, y las instuciones –incluyendo la academia– no lo exigen, continuarán alimentando el estigma y la discriminación múltiple, y seguirán siendo las mujeres+ quienes sufran las peores consecuencias.
Por motivos de espacio, son demasiadas las puntualizaciones que no puedo abordar aquí, mas deseo concluir esta columna proponiendo la integración de la sexología transfeminista a los servicios de apoyo especializados para mujeres+, tanto a nivel preventivo como terapéutico, al igual que a la formación de profesionales clínicos y de la conducta humana. La sexología transfeminista es crítica y rompe con el paradigma del modelo biomédico que se limita a la fisiología, la desviación y la enfermedad, ligado al esencialismo y que niega las influencias y contextos socioculturales complejos en los que se desarrollan las personas significando al género, las relaciones de poder y las sexualidades.
Orientar y promover sexualidades positivas, autónomas y placenteras, centradas en la equidad de género y la justicia social, también es parte integral de la salud pública. Ojalá seamos más y desterremos de una vez y por todas el miedo a la transformación en la tropicolonia nuestra de cada día.