A mi madre, quien me enseñó que estar loca está bien.
Hace apenas unos días, me escribió una amiga para contarme que, luego de muchos años de padecer depresión, ansiedad y ataques de pánico, había decidido buscar ayuda profesional. La felicité por tomar esa decisión y, a la vez, me hizo reflexionar sobre por qué aún algunas personas mantienen en el clóset su condición mental. No pretendo que la gente vaya por la calle con un letrero en el pecho que lea “Soy bipolar” o “Tengo ansiedad”; pero sí me gustaría que al menos tomaran la decisión de buscar ayuda.
Las personas que padecemos de alguna condición mental somos fuertemente juzgadas en una sociedad que, a pesar de los adelantos que se han dado, considera este tema como algo que debe permanecer por lo bajo. Algunas no lo hablan porque no lo aceptan, porque no quieren que las etiqueten, porque entienden que es vergonzoso, porque creen que están “bien”.
Como si fuera un esqueleto que hay que guardar en el clóset, se le resta importancia a la nena que tiene problemas de autoestima y se deprime, se le dice que es una “changuería”. NO lo es. Al igual que otras condiciones de salud que no se ven -como la diabetes o la hipertensión- la depresión y otras enfermedades mentales se tratan, se trabajan con medicamentos y terapias, y se controlan. Las personas que tienen hipertensión, por ejemplo, toman pastillas, se alimentan bien y buscan opciones para llevar un estilo de vida saludable; nosotras, también.
“Déjala quieta, que Fulana es loca” es una expresión que escuchamos con demasiada frecuencia, atribuyéndonos otro sello adicional a si eres alta o bajita, gorda o flaca, linda o fea, madre soltera, divorciada, jamona, lesbiana, puta, o cualquier otro adjetivo con el que nos quieran marcar…
Yo agradezco haber tenido una madre abiertamente loca, juzgada por su familia y por los demás; pero que buscó ayuda a su manera. Mi madre nunca ocultó que padecía de los nervios (intensamente); aún así, trabajó toda su vida y me echó pa’ lante sin esposo. De modo que, para mí, escuchar que alguien está mal de la cabeza, es una expresión conocida. Mi madre no me enseñó el modelo tradicional femenino de aprender a hacer las labores de la casa; pero me enseñó una destreza que me ha servido para la vida: aceptar mi condición y reconocerla. Mi mamá solamente se trataba con medicamentos. Cuando era pequeña, no entendía muchas veces su comportamiento. Ahora que soy adulta, que soy madre y padezco de condiciones también, la puedo entender.
Yo he buscado todas las alternativas celestiales y terrenales para tratar mi condición: medicamento, terapia, hacer ejercicios, escribir, pintar y estudiar. Soy esposa, madre, profesional, sobrina, prima, amiga. Tengo demasiados sombreros sociales que a veces me agobian, y encima, han querido tacharme de loca porque estuve hospitalizada en Capestrano una vez. Padezco de depresión desde 1995, “bien ganancial” que me dejó un divorcio. De eso tampoco se habla, de los posibles detonantes de la depresión en las mujeres: un divorcio, la pérdida de un hijo, el periodo postparto, el no poder procrear, identificar su preferencia sexual, la menopausia, no sentirse amada por la pareja, la presión de criar hijos perfectos, el dilema de trabajar y darle tiempo de calidad a la familia, el factor genético, la soledad y muchas otras cargas que nos impone la sociedad.
Siempre he sido muy expresiva sobre este tema con mi familia, mis amigos y mis compañeros de trabajo. Siento la responsabilidad de que, si tengo una recaída, mínimamente deben tener información sobre qué hacer conmigo. Lo hago como si fuese diabética y explicara qué hacer si se me sube el azúcar. Reconozco mis síntomas y si me siento “en bajas”, recuerdo que debo vivir un día a la vez. A veces pienso que me pueden observar con pena… A mí me dan pena los niños que se mueren de hambre en el mundo; pero, yo, que soy una loca funcional, no debo darle pena a nadie. No hay razón para eso; no elegí tener una condición mental, pero sí elijo buscar ayuda y sentirme mejor.
Sé que hablar de las condiciones de salud mental no es cómodo para todas las personas, y lo respeto. Sin embargo, en el Mes de la Salud Mental, le exhorto a salir del clóset. Identifique si usted tiene síntomas de alguna condición y busque ayuda; eso es lo más importante. El primer paso es reconocerlo. Comparta con sus seres queridos y con su círculo cercano cómo se siente. El amor sana. Las condiciones se tratan, se controlan, se mejoran. Padecer una condición mental no es vergonzoso; buscar ayuda es un acto de valentía y coraje. ¡Salgamos del clóset!
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*Judy Ann Seda Carrero es profesora de español de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Carolina.