Hay días que pesan más que otros y argumentos que solo activan la rabia del dolor. Mucho ya se ha dicho sobre las creativas y violentas teorías que se inventan las personas cuando una mujer desaparece o cuando aparece muerta porque fue asesinada. Siempre nos hacemos la misma pregunta que Cristina del Mar Quiles expone con una claridad tremenda en una de sus columnas:
“Me pregunto, ¿cómo exactamente debe lucir una adolescente o una mujer de la que no se sabe nada hace días para que merezca aparecer a salvo? Nadie se toma una foto pensando que esa será la que utilizarán para buscarla si un día no regresa a casa. Pero a los medios, tanto como a la gente, les encanta hacer una distinción entre “las buenas víctimas” y “las malas víctimas”. Las buenas víctimas no salen de fiesta, no reciben ayudas del gobierno, son hijas de “buenas familias”, son de casa y se visten de cierta manera. Una suma de sexismos. Las malas víctimas, todas aquellas que no encajan con ese ideal de niña y mujer perfecta, que hacen y se comportan, muchas veces, como lo hacen los hombres sin que nadie se lo cuestione a ellos. Así, algunas “se buscan” y “se merecen” la fatalidad. Las menos, “las buenas”, “merecen” aparecer a salvo. Cómo los ojos del patriarcado miran la foto con la que las buscan tiene todo que ver con ese juicio”.
Del mismo modo, cuando una mujer desaparece o es asesinada casi siempre a manos de su pareja o expareja, la rabia colectiva hacia la constante y milenaria violencia de los hombres se enfrenta a la triste y desacertada ofensa del género masculino ante tantas injustas acusaciones a su especie. La semana pasada, mientras escribía en mis redes sobre la desaparición y el feminicidio de Keishla Marlen Rodríguez Ortiz, fueron varios los hombres que llegaron a mis tuits e incluso a mis aplicaciones de mensajería para aclararme que no debía ser tan dura. Que eso estaba fuera de lugar. Que cómo yo me atrevía a generalizar de esa manera. Que ellos no matan ni violan. Que ellos son aliados. Que a ellos también les duele. Que yo era una atrevida. En fin, que NOT ALL MEN. Estas interacciones me recordaron las letras de la periodista Lucía Lijtmaer en su libro Ofendiditos: sobre la criminalización de la protesta, en el que analiza el fenómeno de lo “políticamente correcto” y su resignificación en estos tiempos de era digital. Ahora somos neopuritanas, ofendiditas, en otras palabras, feminazis.
Recuerda Lijtmaer que “el concepto puritanismo empezó a utilizarse, unido a lo que se denomina lo políticamente correcto, y más recientemente la ofensa, para en ocasiones discutir y en otras oponerse a expresiones propias de movimientos sociales minoritarios e identitarios”. Así también nos definen como “moralistas, cortas de miras, básicamente” porque no hemos querido educarles, decirles cómo no ser encubridores, abusadores y asesinos. De momento son ellos, los pobrecitos, las víctimas de esta violencia de género que nos cuesta la vida todos los días. Lijtmaer los describe como “seres demasiado frágiles, demasiado especiales, que necesitan que les endulcen la realidad para no verla como realmente es. Y, una vez más, es la masculinidad lo que está en juego”.
¿Cómo hemos sido capaces, feminazis atrevidas, de atentar contra la integridad de todos estos pobres hombres que no matan, no violan, no maltratan, no son infieles y siempre se quedan calladitos y se ríen ante los chistes machistas de sus panas? Imagínate, y que ir contra la masculinidad heteronormativa, ¡Qué ofensa!
Regresé al libro de Lijtmaer y la relectura solo confirmaba lo que me seguía dando vueltas en la cabeza, no habrá verdaderas reparaciones para nosotras mientras el ojo siga apuntando a la lógica masculina. La misma que culpabiliza, revictimiza y nos hace responsables de la brecha salarial, del acoso laboral, de la violencia doméstica, de no querer tener hijes, del maltrato físico y emocional, de nuestra propia muerte porque todo tiene que ver con ellos y ¿quién nos mandó a ser mujeres?
No se equivoca la periodista cuando señala: “algo sucede cuando el derecho a la queja es ridiculizado una y otra vez. El boicot como acto legítimo es primero cuestionado por la derecha y ahora se define como un acto de “ofendiditas”. Cuando Black Lives Matter se transforma en All Lives Matter. Cuando sucesos históricos como #Cuéntalo o #MeToo, en los que por primera vez las mujeres, en red, cuentan y definen sus abusos, son contestados con un #NotAllMen”. Puedes alzar la voz, pero no tanto. Entiendo tu lucha, pero hasta aquí. No te pases, esta es la línea. Hasta aquí vale tu humanidad y tu derecho de vivir en paz. Lo que sucede es una complicidad que se reproduce a favor de que las cosas sigan siendo como son, de validar un sistema de muerte capitalista, patriarcal y racista que nos mantiene en condiciones vulnerables y de riesgo. Eso, al final, no les molesta tanto. No lo suficiente, si les sacude las entrañas y necesitan aclarar que NOT ALL.
Los tiempos nos avisan. No es casualidad que tengamos dos legisladoras de un partido que abiertamente se nombra en contra de los derechos de las mujeres y de las personas de la comunidad LGBTIQ+. Gente dispuesta a torturar a sus propios hijes por una agenda de odio. Tampoco es casualidad que el presidente y la vicepresidenta del Senado, ambos del Partido Popular Democrático, se hayan ausentado de la votación sobre el proyecto que prohibía las terapias de conversión. Lo que vemos en las redes no es inocente ni surge en el vacío. Son los reflejos de una derecha macharrana, neoliberal y blanca que se cocina desde los cuartos cerrados del poder que también controlan a los medios. Nuestra responsabilidad es la misma, ser todo lo políticamente incorrectas que podamos. La amabilidad no es negociable en momentos donde se sigue debatiendo nuestra humanidad. Y esa, como diría Shariana Ferrer Núñez, no tenemos que debatirla con nadie. Lo que nos toca es defenderla, abrazarnos a la esperanza radical y a esa otra vida posible. Si la verdad es que NOT ALL MEN, pues que miren pa’ dentro. Hace siglos que les toca.