(Imagen: Instagram @tallersalud)
No fue el diablo.
No fueron los celos.
No fue la pasión.
No fue la ira.
No fue un arranque.
Fue un feminicidio.
Fue un hombre que estaba convencido de que podía poseer y disponer de una mujer a su antojo. Y no es un caso aislado. En nuestro país, en este mundo en el que vivimos, no son una excepción los hombres que actúan como si las mujeres fuéramos personas de una segunda categoría. Ellos, claro, piensan que están en la primera.
Algunos no serían capaces de matar, pero mandan mensajes amenazantes, se aparecen en tu casa cuando ya les habías dicho que no llegaran, te miran el celular sin tu permiso, se enojan si sales sola, y aunque no te peguen, aceleran el carro cuando estás con ellos, te hacen pensar que por tu culpa se harán daño y, en medio de cualquier discusión, le pegan puños a la pared y rompen cosas.
Se llama machismo. Es cultural y opera sistemáticamente, en cada una de nuestras instituciones.
El hombre que mató a Angie Noemí González Santos es producto de ese machismo. No es una víctima. Es responsable.
Vivía en su propia casa. Decir esto, me hace recordar el descaro con el que Joanne Rodríguez Veve hablaba al inicio de la sesión legislativa de grupos que “dicen luchar por la equidad, mientras exigen que se privilegie la mujer sobre el hombre”. Cuando hablamos de machismo, también hablamos de personas como ella. Porque sí, las mujeres también podemos ser machistas. En una sociedad machista, nadie escapa sin un proceso de deconstrucción continuo.
¿Cómo se puede pensar que asegurarle a una mujer protección en su propia casa, protección de la persona con la que duerme, es darle privilegios por encima de alguien?
“Las mujeres tienen que aprender a escoger mejor a sus parejas”, dicen también desde otros espacios. Y esa es una destreza que no deberíamos tener que aprender nunca. ¿Acaso andan los hombres con carteles en el cuello que leen “no te enamores de mí que en 16 años cuando ya no quieras estar conmigo, te voy a matar”? ¿Por qué hay gente a la que se le hace muy sencillo pensar que las mujeres tienen que aprender a defenderse, pero son incapaces de pensar que podemos educar a la niñez para que aprenda que todas las personas merecen el mismo respeto? Que nadie es propiedad de nadie. Que todes tenemos el derecho a una vida digna y libre de violencias.
Decía una usuaria en un tuit que rescató y difundió Taller Salud “Maldita sea tener que pensar ‘¿este sería capaz de matarme un día?’. Y sí. Maldita sea. Es el machismo el que nos obliga a tener que hacernos esa pregunta.
“¿Por qué no se fue?”, insisten los especialistas de todo y de nada en las redes en las redes sociales. Si duermes con alguien cada noche, esa es probablemente la persona con la que más has intimado en tu vida. Hay sentimientos de amor. Hay dependencia emocional y económica. Hay cariño. Hay pena y, muchas veces, también hay miedo y culpa. Esos lazos, contrario a lo que comentan estos voceros y malas personas que exhiben su odio sin vergüenza, son muy difíciles de romper. No es fácil hacerle frente a esos sentimientos.
Sí, existen albergues, organizaciones sin fines de lucro (las mismas a las que los grupos fundamentalistas antiderechos quieren restarles recursos), familiares y redes apoyo para ayudar a las mujeres a salir de los ciclos de la violencia machista. Pero son remedios.
Es la implementación de un currículo con perspectiva de género la mejor herramienta para prevenir los feminicidios. Y si queremos hablar de violencia en general, la educación con perspectiva de género también evitará que muchos hombres asuman su masculinidad como un ejercicio de poder sobre los otros y sigan matándose entre sí.
Angie Noemí González Santos, cuyo feminicidio nos abrumó en la madrugada de hoy, tenía planes, tenía sueños y miraba hacia el futuro con optimismo. Quería quererse más. Y sabía que quererse más incluía salir de una relación con un hombre del que en un momento se enamoró, que era también el padre de sus hijas. Pero, ¿qué tan cierto es eso de que “la que quiere, puede”? Angie Noemí quería, quiso muchas veces. No pudo.
Y no pudo porque en el machismo, no basta la voluntad de las mujeres. El machismo controla, persigue, manipula y te convence de querer regresar. El machismo golpea. Y continúa hasta que te mata. Luego, te responsabiliza de tu propio asesinato y, siendo la propia víctima, no te deja descansar en paz.
Angie Noemí ya no está entre nosotros para contarnos lo que fue su realidad. Tampoco nos debe ninguna explicación. Angie Noemí ya no puede defenderse. Le debemos a ella, a sus tres hijas, y a las mujeres víctimas de feminicidios una sociedad en la que no tengamos que preguntarnos si este hombre con el que amanecemos será algún día capaz de matarnos.
Angie Noemí, hoy decimos tu nombre y no quisiéramos tener que decirlo para incluirlo en esa lista cada vez más larga de nombres de mujeres asesinadas en este país. Decimos tu nombre, para que no se olvide, mientras casi nos sangran las manos de tanto escribir #EstadoDeEmergencia #NiUnaMás #NiUnaMenos y #VivasNosQueremos. No tendríamos que tener que decirlo, pero sí, vivas nos queremos.
Digamos sus nombres: los feminicidios que hay que contar
Lee aquí: Sobrevivientes de violencia doméstica cuentan cómo consiguieron salvarse
Si tú o alguna persona conocida está en situación de violencia, llama a la Línea de ayuda 787-489-0022. Mira más recursos de ayuda aquí.