Fotos por Ana María Abruña Reyes
Desde niña, María Reinat Pumarejo presenció la segregación entre las personas. Cuando crecía, su natal Aguadilla era aún una villa pesquera invadida por las fuerzas aéreas estadounidenses, que establecieron la base militar Ramey desde 1939 hasta 1973. Las costas aguadillanas tenían una división casi visible que delineaba dónde podían estar los puertorriqueños y dónde estaban los militares blancos.
“Todo el mundo sabía a dónde pertenecía”, recordó la educadora antirracista.
En aquel momento, también se percató de que no era ni blanca, ni negra, estaba en el medio, pero tiene ojos verdes, lo que para la gente de su pueblo era algo “muy bueno”. Esa no era la misma percepción que tenían de las personas evidentemente negras de su familia, a quienes dirigían palabras insultantes.
“Eso me llevó a entender que hay unos lugares de pertenencia y unos procesos de racialización y que yo estaba en el medio”, explicó María.
El racismo a través de la piel de su hija
A mediados de la década de 1980, Reinat Purmarejo se mudó a Estados Unidos para hacer estudios graduados en consejería psicológica, en la Universidad de Massachusetts.
Antes de irse de Puerto Rico, le dijeron que Massachusetts era el estado más liberal en el territorio estadounidense. “Y yo me lo creí”, contó al soltar una carcajada. Fue allí donde se solidificó su conciencia racial.
“Empecé a tener experiencias (racistas), a través de mi hija, que tenía 8 años y que es más visiblemente afrodescendiente. Tuve que ponerme los guantes bien rapidito para poder protegerla porque el ataque a ella y las actitudes raciales, en ese tiempo, eran obvias entre los liberales blancos”, expresó.
Además, había mucho discrimen hacia las comunidades latinoamericanas, pese a que su hija, Saraivy, asistió a la escuela modelo de la universidad donde María estudiaba.
Comienza su trabajo antirracista
Al graduarse de la Universidad de Massachusetts, sabía que debía dedicarse al trabajo de base comunitaria. Comenzó a trabajar como terapista con la comunidad puertorriqueña en aquel estado cuasiliberal, pero pronto se dio cuenta de que no podía hacer esa labor si no tenía un análisis antirracista.
“Si no entendías el racismo, no sabías lo que estaba pasando, ni por qué estaba pasando. Ahí, nos dimos cuenta, a través de una organización que se llamaba Casa Latina, de que había que reforzar su entendimiento. Mucha de la gente que hoy llamamos latinx, en Estados Unidos, era gente que pensaba que el racismo no les tocaba, que eso era una cuestión de la gente negra de los Estados Unidos; (entendían) que no eran blancos, pero que tampoco les tocaba ese asunto”, señaló.
Sin embargo, el racismo hacia la comunidad de María no tenía que ver tanto con los ataques interpersonales, sino en los índices de salud, la educación, la transportación, los salarios y el acceso a viviendas. Reinat Pumarejo explicó que el racismo institucional o estructural es el más difícil de detectar y hacerle frente.
Desde su labor en Casa Latina, hacía un trabajo educativo para que las personas entendieran que no conseguir, por ejemplo, la casa o el trabajo que deseaban no era por deficiencias individuales, sino por deficiencias institucionales.
Nace ILÉ
En un esfuerzo por atravesar el antirracismo en sus trabajos, Casa Latina creó, en 1992, el Institute for Latino Empowerment (ILE).
Reinat Pumarejo, su cofundadora, lo visualizó como un espacio que fuera casi una universidad para la formación de personas latinoamericanas. Con grandes retos económicos, pues, en ese tiempo, no se conseguían subsidios para programas antirracistas, ella y otras personas comenzaron a formar el ILE.
Cuando María regresó a Puerto Rico, en 1997, se dio cuenta de que Casa Latina no podía albergar a un ILE porque el liderato estaba fraccionado. Observó al movimiento antirracista en el archipiélago para ver cómo se podía integrar, sin imponer el trabajo que hizo por 13 años en Massachusetts.
Al cabo de un año, reactivó al ILE para hacer un trabajo antirracista necesario en Puerto Rico, mientras continuaba colaborando en Estados Unidos.
En 2011, se conformó oficialmente el Colectivo Ilé, que integra a mujeres afrodescendientes de múltiples generaciones para hacer un trabajo antirracista en comunidades y organizaciones en todo el archipiélago.
“Hacemos el trabajo con mujeres de distintas comunidades que están deseosas de la transformación, que están ávidas de cambios y de asumir sus justos roles en nuestra sociedad”, contó sobre la labor que se hace desde un lente de equidad y mutua nutrición.
“Nos hemos juntado para hacer el trabajo, estar con otras mujeres, hablar sobre los temas que nos atañen a nosotras, y, dentro de ese trabajo, que cada una entienda su rol”, explicó María.
En cuanto al rol en la lucha antirracista, destacó que cada una debe reconocer su relación con el poder. Las personas más claras, como ella, deben entender sus privilegios y comprender que también son racializadas como sujetos colonizados.
Aunque el Colectivo Ilé fue fundado por Reinat Pumarejo y Raúl Quiñones Rosado, dos personas en el medio del esquema racial, el 95% de las integrantes actualmente son evidentemente negras. Además, “ya ha habido un traspaso, un paso generacional. La organización está moviéndose hacia que el liderato y las voces principales sean voces de las mujeres negras”.
Entre sus proyectos, se encuentra el programa Afrojuventudes, en el que reunieron, cada sábado, por seis meses, a más de 50 jóvenes boricuas para hablar sobre racismo.
Han crecido, además, económicamente. Antes, el trabajo era voluntario, pero ahora pueden pagar a sus organizadoras comunitarias e incluso ayudan a canalizar fondos para las personas que lo necesiten.
La importancia de un movimiento feminista antirracista
Reinat Pumarejo expuso que nunca se ha considerado feminista.
“Yo sí tenía la conciencia del feminismo, cuando estaba en la universidad leía a Simone de Beauvoir, a Betty Friedan y a otras, pero al ir a Estados Unidos, me di cuenta que el movimiento feminista per se era un movimiento blanco. Entonces, a las mujeres latinas, afroamericanas, nativas nos costaba usar el término feminista porque estaba muy asociado al racismo de las mujeres blancas estadounidenses”, compartió.
Aunque reconoce que, en Puerto Rico, el asunto es “un poco distinto”, pero le da trabajo «particularmente, cuando el movimiento se resiste a hacer el trabajo antirracista».
Ser antirracista es un proceso que debe ser liderado por las personas negras y que debe deconstruir muchas de las enseñanzas estructurales de la sociedad, considera Reinat Pumarejo. Además, señaló, requiere un compromiso y disposición de los grupos.
“Estamos en un umbral de crecimiento. Ya no lo negamos. En los ochenta y noventa, lo negábamos. Ahora, nos autoproclamamos antirracistas y tenemos un interés en que las voces negras estén representadas o que las voces racializadas como inferiores estén representadas”, pero no debe ser una autoproclamación cosmética, sino que debe verse en la práctica, sostuvo.
Desde el Colectivo Ilé, sus integrantes están muy esperanzadas en que haya tantas organizaciones y personas interesadas en hacer el trabajo antirracista. Aunque María reconoce que no definen el movimiento, entiende que la experiencia que acumulan, desde hace más de 30 años, les da mucha elocuencia para trabajar el asunto.
“Somos un movimiento, no se puede negar”, añadió, aunque entiende que lo que falta es que haya unos entendidos de lo que cobija el movimiento antirracista, empezando por entender que el racismo es un sistema que está en la estructura.
“Hasta el momento, entendemos que el racismo es un sistema que odia, daña y menosprecia a la gente negra. Eso es cierto, pero no hablamos de que le da beneficios a la gente blanca”, señaló Reinat Pumarejo.
El movimiento necesita a todas
Reconoce que, con los años, las posiciones que cada cual asume dentro de los movimientos políticos pueden cambiar y, muchas veces, se debe a la madurez política.
“La madurez política me permite hablar con otra gente y sostener la dignidad de todo el mundo. La madurez política me permite no siempre ser aconsejada por mi rabia. La madurez política me permite entrar en distintos espacios y me permite la transformación para ser una agente de cambio efectiva”.
Asimismo, entiende que los movimientos son más sólidos cuando se hace un trabajo intergeneracional, en el que se reconozca que todas las personas aportaron a que se haga la labor que hoy se puede hacer.
“Cuando entendemos que quizás algunos de nosotros estamos muy chapados de cierta manera y que el trabajo que se necesita requiere unas ideas distintas, entonces, ponemos nuestra fe en la gente joven o en la gente juvenil, la gente que mantiene flexibilidad de mente”, añadió.
Es importante tener personas de todas las generaciones en las luchas para no repetir los mismos errores y patrones, particularmente los degradantes y que neutralizan los movimientos, destacó Reinat Pumarejo.
“Cuando entendemos que cada generación ha trabajado el suelo que pisamos para hacerlo fértil, entonces nos podemos mover”.
Aspira a un Puerto Rico que piense bien de sí mismo, que se puede autodefinir y en el que todas las personas tengan acceso al bienestar.
“Una sociedad donde gente como yo, que hace este trabajo, no necesite existir. Que yo me dedique al arte o a escribir. A propósito, aunque uno hace este trabajo con tanto amor, con buena gana y con tanto optimismo, puede ser fuerte. Te puede asaltar los sueños, en la noche. Es un trabajo que te puede desgarrar y te puede aniquilar la salud”, compartió.
Además, aspira a una sociedad en la que haya representación y se cuente la historia de forma justa para que todas las personas puedan sentir orgullo de sus raíces afrodescendientes.
“Donde no haya más ofensa a nuestra ancestría, esa es la sociedad que yo quiero, donde haya reconciliación con el pasado. Que se respeten y haya reverencia a nuestros ancestros. Donde haya verdadera seguridad para todo el mundo”, concluyó.