Cada vez que escucho a la gobernadora Wanda Vázquez Garced en una conferencia de prensa o algún mensaje, me retrotraigo a la niñez. Recuerdo a mi mamá (perdón, mami, por compararte) regañándome porque no hice lo que me mandó o porque, en efecto, me caí, me mareé, me dieron cero, porque no la escuché.
Dicen por ahí que las madres siempre tienen la razón y, mira, a veces sí.
Como mencionara Vanessa Vilches Norat, hay tantas madres como sujetos con hijos existen. Sin embargo, nuestro imaginario social sobre la maternidad se inclina la mayoría de las veces hacia la figura protectora, cuidadora innata, regañona y controladora que, a su vez, nos provoca ternura, porque, en efecto, hace todo eso porque nos ama.
Ana Teresa Toro nos confronta con ese imaginario al analizar tremendamente, en varias palabras, la figura de Vázquez Garced:
“Pienso en el vestido rosado, el estilo infantilizante que utiliza al leer y el montaje teatral […] Se proyecta “suave”, “maternal”, “dura” para el regaño “por el bien de la gente” y se aleja así de cualquier exigencia de rendimiento de cuentas”.
Desde que Vázquez Garced anunció el cierre total, para aquel 15 de marzo de 2020 que nos cambió la vida y nuestra forma de verla, sus comunicaciones con el pueblo han sido -en síntesis- para amenazar, regañar y establecer políticas públicas punitivas (toque de queda, arrestos, multas) que para nada tienen que ver con las garantías sociales que necesitamos para sobrevivir la pandemia y el encierro, y que todavía a duras penas están llegando. Nos obliga a cumplir con ellas y, si no, nos echa a la Policía de Puerto Rico encima.
La madre que menciona Ana Teresa, esa que nos castiga por nuestro bien, es la que Vázquez Garced busca proyectarnos en cada una de sus apariciones. Junto a ese discurso, se teje un imaginario que se empeña en hacernos creer que es una de nosotras.
En su Mensaje de Estado, hace un mes, se consumaron ambas estrategias. Desde su tono regañón y condescendiente, Vázquez Garced aludió a sus “raíces humildes y sin privilegios […] que provenía de la clase trabajadora y que tomaba acción sin pensar en el costo político o los intereses de los inversionistas politicos”, según lo reseñara la periodista Adriana de Jesús Salamán en uno de sus reportajes. Esto se contradice tremendamente a lo que expresó, siete días antes, desde Caribbean Cinemas cuando anunciaba una reapertura que respondía a los intereses económicos -no científicos ni salubristas- de los empresarios del país que, muy probablemente, le donen a su campaña.
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Tampoco le ha temblado el pulso en el pasado para la mano dura o para obstruir procesos jurídicos y beneficiar a su partido. Durante su incumbencia en la Oficina de la Procuradora de las Mujeres, lo más que se puede recordar de su labor fue contra la violencia de género fue su exhortación a las mujeres a que portaran armas de fuego para defenderse. Cuando fue secretaria de Justicia, no tuvo problema con que su agencia criminalizara a Alma Yariela Cruz, una niña negra, de 11 años en aquel entonces, con diversidad funcional que, como mucho, lo que hizo fue defenderse del acoso escolar que a diario viven cientos de niñxs en nuestras escuelas.
Tampoco le molestó pedirle a Raúl Maldonado, secretario de Hacienda en aquel momento, que no le enviara evidencia contra Beatriz Rosselló, quien era primera dama y creadora de Unidos por Puerto Rico, que probaban sus intenciones de usar suministros para hacer campaña pública mientras el país sobrevivía sin luz, agua ni comida.
Como gobernadora, tampoco ha lucido ese discurso maternal amoroso. Durante la crisis de los temblores, que aún persiste, visitó los refugios del sur unas pocas veces y ahí quedó la cosa. Solo se necesita dar una vuelta por esos pueblos y ver cómo las casetas de campaña siguen en los patios de las casas inhabitables. Durante aquellos días, se encontró un almacén, en Ponce, repleto de suministros y objetos de primera necesidad guardados desde el huracán María de los que ella también tenía conocimiento. No le tembló la mano para ir al Tribunal y pedir que el informe sobre ese hallazgo se mantuviera privado y el pueblo no tuviera acceso a él. Wanda Vázquez Garced parece simpatizar más con las reprensiones de “Miss Trunchbull” en Matilda que con las de una madre protectora.
Hace unos días, estuvo en Mayagüez reinaugurando un hotel mientras todavía quedan personas con toldos en los techos de sus casas. Mucho turismo, poca política pública.
Paralelo a esto, Vázquez Garced no ha escatimado en llevar adelante su campaña rompiendo medidas que nos ha impuesto y apostando a su corazón (como expresara en un mensaje que ofreció en una caravana) para probar su capacidad de gobernar el país. Es curioso verla llegar a un restaurante, abrazar gente y que exprese que ella no está en la política porque quiere, sino porque la obligaron (como si aspirar a un puesto político fuera obligatorio).
También, es interesante observar sus gestos y miradas cuando se baja de algún vehículo oficial y apela a las masas. Alza los brazos, tira besos y hasta es ella misma quien maneja el vehículo donde va. Pareciera que le sale natural. En estos días estuvo en una entrevista al amanecer, en la que hablaba de su humanidad y la necesidad de recordarle a la gente que bendito, ella también “se equivoca”. El problema es que sus errores le cuestan a más de tres millones de personas.
Aunque trate de engañarnos con su imagen de mujer-madre de pueblo, sabemos que no es una de nosotras. Como recoge Ariadna Godreau en Las propias, “la crisis no la sufrimos todas por igual. En todo caso, visibiliza que existen heridas y precariedades antiguas y actuales. Entre nosotras, hay muchas a las que no incluiríamos si decir “nosotras” no fuera un cajón muy amplio” (17) y, definitivamente, Wanda Vázquez Garced no cabe en el nuestro. No vive la deuda, el hambre, ni las desigualdades porque ella es parte de quienes provocan esas condiciones. Ni siquiera ha sido capaz de declarar un estado de emergencia contra la violencia de género cuando en este archipiélago matan a una mujer cada siete días.
Es infame que use el imaginario materno para reproducir un discurso patriarcal, capitalista y punitivo que solo busca mantener el poder y ganar elecciones. Wanda nunca ha estado de nuestro lado. La matria que queremos se construye desde las otras que vivimos al margen de su realidad. Toca seguir empujando para destapar el engaño y apostar por otra munda en donde la dignidad sea costumbre y vaya por encima de los intereses políticos. Y llegará. Es cuestión de tiempo.