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Los Bolsonaros nuestros de cada día

Bolsonaro Melody Fonseca

(Imagen de Jakob Reimann)

La candidatura y victoria electoral de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil en 2018, así como el auge de Vox en la política española, son muestra del más reciente triunfo de lo que desde el pensamiento decolonial puede entenderse como el heteropatriarcado occidental, colonial, capitalista y racista. Así, el año que recién comienza promete ser uno cuanto menos complejo para las luchas feministas locales/globales.

Por un lado, el 2019 arrancó con la investidura de Bolsonaro recurriendo a Dios y a las raíces judeocristianas como guía del nuevo gobierno, declarando la guerra a la mal llamada “ideología de género”, retirando de las políticas de Derechos Humanos a la comunidad LGBTQ+, transfiriendo las competencias sobre las tierras indígenas y de afrodescendientes al Ministerio de Agricultura –afín a intereses extractivistas– y reduciendo vía decreto el ya precario salario mínimo a 48 millones de trabajadores y trabajadoras. De esta manera, el discurso reaccionario, misógino y violento dentro del neoliberalismo pone en evidencia sus consecuencias materiales, pues si bien la desposesión y el hambre no son incompatibles con la resistencia, las dos primeras dificultan grandemente las posibilidades de la tercera, y esto los capitalistas lo saben.

Por otro lado, la Junta de Andalucía está a punto de ser gobernada por una coalición de los partidos de derecha, Ciudadanos y Partido Popular, con el apoyo del ultraderechista Vox. Los líderes de este último han condicionado su apoyo a que la coalición de derecha se comprometa a derogar la Ley contra la violencia de género en la Comunidad Autónoma española con más incidentes de esta índole en 2018. Una región, además, con altos niveles de desigualdad económica y pobreza, lo que precariza aún más a los sectores históricamente marginalizados, como lo son las mujeres, las personas trans y las mujeres migrantes.

Vox también exige que la coalición defienda la presunción de inocencia –particularmente de hombres españoles denunciados por violencia de género, hostigamiento y/o agresión sexual– la cual consideran amenazada por la “ideología de género” que, según estos, se ha filtrado en todas las instituciones públicas y espacios privados.

Ambos casos demuestran la reacción de la actual ultraderecha global en contra de los avances, muchos o pocos, en materia de Derechos Humanos, reconocimiento político-institucional de minorías y educación con perspectiva de género de las últimas décadas.

Partiendo, al estilo Trump, de fake news y bulos respecto a la violencia en contra de los hombres, supuestas denuncias falsas, o crímenes ejecutados por inmigrantes, esta reacción se enraíza en la percepción de una masculinidad amenazada en lo identitario –la fluidez de la sexualidad análoga a la apertura de las fronteras amenaza la supremacía del hombre blanco– y en lo legal –pues se insiste en definir las protecciones para las víctimas de violencia de género como elementos punitivos para la masculinidad.

Ya lo llevan diciendo desde hace un tiempo literatos machistas españoles cuando insisten en que no se puede decir un piropo sin que una “feminazi” te salte al cuello. Estos, y tantos otros, han dado contenido a los discursos del antifeminismo supremacista blanco que, paradójicamente, se asume a sí mismo como víctima de una neoinquisición.

Una de las cuestiones que llama la atención de la reacción de este antifeminismo es su capacidad para proyectar en las subjetividades y cuerpos feminizados y racializados la raíz del mal que les aqueja. La feminista deviene el cuerpo/sujeto/concepto pega, como plantea Sara Ahmed, sobre el que proyectar las fantasías, los odios y los miedos. Más aún, las feministas son proyectadas como entes apáticos, infelices, que amenazan la felicidad provista por el orden natural de las cosas con sus propuestas y modos de vida contingentes, fluidos, no-lineales. Así lo demostraron en las redes sociales los cientos de comentarios misóginos, sexistas, lesbófobos, racistas, clasistas y de todo tipo en contra de lxs activistas de la Colectiva Feminista en Construcción y otras asociaciones feministas en sus diversas intervenciones para denunciar la violencia de género rampante en Puerto Rico.

Al igual que Vox en España y Bolsonaro en Brasil, los Bolsonaros nuestros de cada día, en esta isla caribeña, llegan al punto de señalar la “ideología de género” como la causante de que más personas se identifiquen abiertamente con la comunidad LGBTQ+, o de que más mujeres cisgénero decidan no ser madres. Con pancartas que denuncian “con mis hijos no te metas” o “a mis hijos los educo yo”, estos “apolíticos” se manifiestan en San Juan, Lima, Buenos Aires, São Paulo, Washington D.C., Madrid, apoyados por gobiernos y políticos que reniegan de la educación con perspectiva de género e insisten en devolver al hogar, allí donde se lavan los trapos sucios, la responsabilidad de desmantelar un sistema de opresión que excluye, al menos, a la mitad de la población y que se ensaña aún más con las subjetividades más subalternizadas como son las personas trans, migrantes y racializadas.

Consigan o no ejecutar las promesas lanzadas en las campañas políticas, volver a presentar proyectos de ley infames que buscan disciplinar el cuerpo de las mujeres, como el caso del Proyecto del Senado 950, o continúen mirando para otro lado mientras el machismo asesina a más mujeres, lo cierto es que Vox, Bolsonaro y nuestrxs Bolsonaros locales han puesto sobre la mesa una peligrosa dicotomía discursiva entre lo “ideológico” (proteger las “minorías”) y lo “legal” (proteger las “mayorías”) que apela al lugar común de los moderados en las sociedades occidentalizadas. Esto es, el estado de derecho y la “defensa” de la sociedad y sus valores antes que todo.

Cabe entonces preguntarse, ¿defender la sociedad de qué? ¿De quiénes? Estos dirán “de la perversión, desde luego”. Del feminismo y de las feministas, así como de la diversidad étnica, racial, sexual y de género. De la heterogeneidad. De quienes “rompen España”, porque reivindican la pluralidad nacional e identitaria. De quienes “se niegan a parir” y “amenazan” la supervivencia racial. De quienes “abren las fronteras” y hacen la nación “menos blanca”. De quienes “quieren que la bandera brasileña sea roja” porque exigen derechos sociales y una mejor redistribución de la riqueza. De lxs que “tienen una agenda oculta” porque se plantan frente a La Fortaleza para exigir la acción del gobierno ante la ola de violencia de género que cobró la vida de al menos 25 mujeres en Puerto Rico el pasado año.

En definitiva, los antifeministas supremacistas blancos auguran defender la sociedad frente aquellxs que llevan resistiendo despojo y violencia a lo largo de la modernidad/colonialidad y con ello amenazan sus privilegios de género, raza y clase. Y, más aún, lo hacen en nombre de, y en complicidad con, unas supuestas mayorías que en ocasiones han decidido nombrarse a sí mismas como moderadas, apolíticas, silentes; sin embargo, participan activamente en la demonización del feminismo y en la perpetuación del heteropatriarcado.

Con su discurso, la ultraderecha da la razón a las feministas decoloniales cuando estas nos recuerdan que el feminismo tiene que ser antirracista, anticapitalista y anticolonialista o no vencerá.

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