Arte por Rosaura Rodríguez | Colores por Omar Banuchi
“sabemos más sobre el aire
que respiramos, los mares que surcamos, que sobre
la naturaleza y el significado de la maternidad”
– Adrienne Rich
“La maternidad será deseada o no será” ha sido una de las frases feministas que más da vueltas en mi cabeza. Ahora, a la espera de mi segunda cría, reconozco que sin el deseo hubiera sido imposible para mí plantearme volver a gestar.
Después de una primera experiencia materna, atravesada por la depresión y la psicosis postparto, sentí que perdí toda cordura y que jamás volvería a ser yo. Así que me sigue dando terror volver a enfrentarme a esas sombras que, a veces, nos invitan a ver y atender la vida cuando nos hacemos madres. El miedo es, a su vez, lo que hace que el deseo sea ambivalente para mí, saber que no basta con desear para amar a nuestras crías y poder cuidarles como una quiere o de acuerdo con las expectativas sociales.
Me ha tomado mucho tiempo – 5 años, para ser exacta – llegar a sentir deseo. Entonces, me lo cuestiono y me develo nuevamente el conflicto con mi maternidad y reconozco que ese camino es uno que tendré que andar de nuevo y volverlo a aprender; que nunca es ni será igual para nadie. Y me pregunto: ¿quiénes son las que pueden desear?
Hacerme feminista ha sido un camino largo, pedregoso, que he andado descalza y me ha hecho callos en los pies. Me he venido enfrentando con mi ser, con mis prejuicios, mi racismo, mi machismo, mi ignorancia, mi incredulidad, mi privilegio, mi miedo a no pertenecer, mis deficiencias y mis contradicciones.
Mi primer acercamiento al feminismo fue a través de la historia de mi madre, de mi abuela, de las mujeres de mi familia. Luego, a través de mí misma.
Sin comprender a profundidad, comencé a leer, a buscar, a indagar sobre qué era eso de ser y hacerme feminista. Llegué a autoras como Simone de Beauvoir, y me maravillaba entonces, hasta tenía total sentido argumentos como “engendrar, amamantar, no constituyen actividades, son funciones naturales; ningún proyecto les afecta; por eso, la mujer no encuentra en ello el motivo de una altiva afirmación de su existencia; sufre pasivamente su destino biológico”, según de Beauvoir.
Entonces, se fue difuminando lo que había construido en mi juventud como un deseo de algún día llegar a ser madre. Me recuerdo abordándome desde la negación de ello, considerando el no ser mamá como necesario para mi liberación.
Con el proceso del estudio, el privilegio de estar organizada políticamente y seguir desaprendiendo, fui integrando otras miradas, comprendiendo el pasado propio y, a la vez, entendiendo y cuestionando el feminismo blanco, racista, heterosexista y colonial que había aprendido. Fui volviendo al deseo de maternar y a la necesidad de reconocer que las maternidades son un asunto político, que, ante el diseño de país que busca desplazarnos, gestar, parir y criar también es un acto de revolución y resistencia.
Pero ¿cómo tener esta convicción sin caer en la trampa de las instituciones fundamentalistas? Las mismas que plantean que tenemos que parir, pero que no tenemos derecho a decidir. Esas que ponen por debajo de la alfombra su frivolidad y nos presentan la maternidad como una heterogénea que se debe asumir desde la culpa y la obligación, como destino, una maternidad sin deseo, una maternidad que debe ser y ejercerse a pesar y por encima de todo. ¿Cómo desmontar la contradicción, sabiendo que las mujeres empobrecidas, negras, no-blancas, inmigrantes, colonizadas, que vivimos en precariedad y trauma constante, también queremos y podemos decidir o no maternar?
No tengo las respuestas a las preguntas que todavía dan vueltas en mi cabeza ni el análisis está cerca de estar resuelto para mí, pero he encontrado un espacio para ejercer mi maternidad en goce desde el pensamiento y feminismo negro y decolonial.
Uno de los consuelos y respuestas más radicales me los ha traído Adrienne Rich cuando expone:
Lo que es extraordinario, lo que puede darnos grandes esperanzas y nos puede ayudar a creer en un futuro en el que las vidas de las mujeres y los/as niños/as sean sanadas y rearmadas por las manos de las mujeres, es todo lo que hemos logrado salvar, de nosotras mismas, para nuestras/os hijas/os, incluso, dentro de la destructividad de la institución: la ternura, la pasión, la confianza en nuestros instintos, la evocación de un coraje que no sabíamos que teníamos, el conocimiento detallado de otra existencia humana, la comprensión plena del costo y la precariedad de la vida. […] Destruir la institución no significa abolir la maternidad. Significa canalizar la creación y el sostenimiento de la vida hacia el mismo campo de decisión, lucha, sorpresa, imaginación e inteligencia consciente que implica cualquier otro trabajo difícil, pero libremente elegido.
Cada vez que el deseo en mi maternidad es ambivalente, lo abrazo, lo sostengo, lo atiendo y lo comparto. Junto a, y como parte de, las otras, me recuerdo que “vendrán tiempos mejores, los estamos construyendo”.
El feminismo en el que creo y por el que me organizo hace posible una vida que podamos vivir.
Me reafirma en que nuestros derechos son importantes, pero no son el único modo de ejercer nuestra libertad y hacer uso de nuestros conocimientos. El feminismo en el que creo me confirma que hemos decidido sobre nuestros cuerpos desde mucho antes de que fuera concebido como derecho; que nuestra ancestralidad ha maternado, ha abortado, ha criado libertadoras, ha engendrado presente y futuro para luchar, para resistir, para poder vivir.
Me convence de que resistiremos, aunque no quieren que sobrevivamos y el diseño de país es para que dejemos de existir, de vivir y nacer aquí.
El feminismo en el que creo sostiene que seguiremos maternando porque nosotras nos tenemos y nosotras mismas hacemos el mapa.
Maternaremos aunque nos digan que solo algunas tenemos la posibilidad de desear maternar, aunque nos señalen y nos juzguen por decidir sobre nuestros cuerpos, a pesar de la carencia de crear las condiciones para que tengamos una buena vida; liberadas de la precariedad, la explotación, una vida donde tengamos techo seguro, alimento, salarios y trabajos dignos, una vida sostenida por un medioambiente sano y una tierra de la que no seamos desplazadas. Su diseño no es más poderoso que el sueño nuestro, el que veremos en vida y el que materializamos cada vez que nos juntamos y luchamos.
Y podemos maternar porque sabemos que tenemos comunidad, que no lo hacemos solas, porque la lucha feminista del futuro es negra, antirracista, anticapitalista, transfeminista, anticolonial y revolucionaria, o no será.
Nuestras maternidades elegidas van más allá del deseo, porque, a veces, el deseo sí que es ambivalente, pero sabemos que tenemos vínculos que sostienen y somos creyentes de la esperanza en otra vida posible, esa en la que somos libres. Porque nos liberamos entre nosotras, nuestras maternidades serán sostenidas en comunidad, o no serán.