Ilustración de Rosa Colón
El sentimiento patrio no se define, se siente. Fueron las palabras que siempre me inculcó mi madre en mis años de crianza, aquellos días felices de mi infancia en el bario Caguana, en Utuado.
Esta frase se repetía en mi mente el martes, día del recibimiento de la vallista, Jasmine Camacho-Quinn, ganadora de una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, en representación de Puerto Rico.
Estoy segura de que no hubo un puertorriqueño que no se emocionara junto a Jasmine, primero cuando rebasó a las más veloces del mundo, en los 100 metros con vallas, y, luego, cuando arribó en primer lugar. Yo lo sentí como cuando la tenista Mónica Puig se convirtió en la primera persona atleta que, en representación de Puerto Rico, ganó una medalla de oro en unos Juegos Olímpicos, en Río de Janeiro, 2016.
Juntas (porque me sentí a su lado en el podio), lloramos al escuchar el himno borincano. Más, cuando apareció con su cabello recogido y una flor de Maga en su cabeza. Siendo imparcial, era la atleta más hermosa de ese día. Mis lágrimas eran de orgullo, de emoción. “Lo logró”, fueron las palabras que retumbaron en mi cabeza.
Fue imposible no recordar aquel traspié con una valla, que tronchó su carrera en los 100 metros, en 2016, cuando también aspiraba a colgarse una medalla en el cuello.
Jasmine admitió que pasó por una depresión terrible luego del evento. Pero, como toda guerrera, se sacudió y se levantó. Una lección de vida que muchas otras personas debemos emular, porque aprender de los errores es de sabios. La vida está llena de escollos y echarlos a un lado debe ser la norma.
El encuentro familiar con Jasmine ocurrió a su llegada a Puerto Rico, en la salida por la puerta A3 del terminal de Jet Blue. Un abrazo fraternal, caluroso, emotivo y lleno de lágrimas se consumó en el momento en que se asomaron aquellos ojos negros, enrojecidos por la emoción. Su madre María Milagros Camacho y su padre James Quinn la esperaron por horas que parecieron interminables.
Dos de sus de tres hermanos, James Jr. y Miguel estuvieron en ese momento, esperando a la que siempre será “su hermanita”. Lleno de un orgullo indescriptible, su hermano Miguel, de 24 años, dijo: “Mi hermana lo logró… Estamos orgullosos de ella.”. Mientras, James, de 33 años, añadió: “Le dije que la amo y que me alegra que consiguiera la medalla por todo Puerto Rico”.
Al salir del aeropuerto, Jasmine junto a todos los atletas que la acompañaron, se toparon con el recibimiento de miles de boricuas que se alinearon a recibirla en plena vía pública.
Viendo las imágenes en los medios de comunicación, en las redes sociales, las descripciones en la radio, es cuando me doy cuenta del orgullo que se siente cuando una de las nuestras se destaca en algún evento mundial.
Los menos dirán: “Tanto alboroto por una medalla”. A elles les digo que sí, porque no existe triunfo pequeño cuando un boricua se destaca, y más cuando es una mujer de la talla de la atleta Jasmine Camacho-Quinn, que decidió representar a este archipiélago y que ha sobrevivido los embates más fuertes. Pero, el sentido de solidaridad prevalece.
¿Y quién dice quién es puertorriqueña y quién no? ¿Nacer en la isla, te hace puertorriqueña? En estos momentos, solo llegan a mi mente las letras de ese gran poeta y patriota puertorriqueño, Juan Antonio Corretjer:
“Y el “echón” que me desmienta que se ande muy derecho sea en lo más estrecho de un zaguán pague la afrenta. Pues según alguien me cuenta, dicen que la luna es una sea del mar o sea montuna. Y así le grito al villano, yo sería borincano, aunque naciera en la luna”.