(Foto de Gabriela Hance)
De pronto, en las redes sociales, circularon las fotos de Madison Anderson-Berríos, Miss Universe Puerto Rico 2019, con un maquillaje que le hace lucir la piel bronceada y utilizando turbantes. Así, se reavivó la discusión con respecto al racismo antinegritud, al blackface y a la apropiación cultural en Puerto Rico. Por supuesto, los consabidos comentarios que intentan acallar a quienes hacen la observación del problemático discurso visual que exhiben las fotos de la reina de belleza protagonizan los hilos de la discusión mediática. Son la mayoría.
Esta mayoría utiliza como arma de defensa que quien puntualiza lo controversial de las imágenes de Madison lo hace desde el supuesto “complejo de ser negra”, y abonar al alegato de que en Puerto Rico no hay racismo, que es sutil y solapado, y que lxs puertorriqueñxs son una mezcla de tres razas: “indio, español y negro”.
Una de las formas en las que se articula la violencia contra las mujeres negras parte del hostigamiento racial al prohibirles que utilicen sus cabellos al natural en múltiples espacios. También, impera el desconocimiento con respecto a los significados de los usos y los estilos de turbante. Hay quienes creen que llevar el cabello rizo o usar turbantes es una moda. Incluso, se escucha decir que las mujeres usan turbantes para cubrir el cabello cuando está grasoso o sin lavar. Esto es también producto de la falta de representación de mujeres negras en el ámbito de la moda y la belleza.
Cuando el cabello crespo o el uso de turbantes no sea tema de conversación para degradar a una mujer negra ni aparezca como parte de un código de vestimenta en empleos y escuelas como lo que no está permitido ni sea un detonante para criminalizar ni amenaza para nadie; entonces, valdría la pena replantear si quien denuncia lo hace por complejo. Ahora, piense ¿qué pasa cuando una persona no-negra utiliza trenzas, cabello rizado químicamente o turbantes? La interpelación no va acompañada de violencia verbal ni de prohibiciones. Esa no es la experiencia de las mujeres negras en Puerto Rico.
Hace una semana, se conmemoraron los 526 años de la invasión europea al archipiélago puertorriqueño. En las tradicionales celebraciones del Día de la Puertorriqueñidad, escaseaban las representaciones de la negritud; casi sin excepciones, se circunscribieron al ritmo de la bomba. En la educación, es poco lo que se habla sobre la esclavización y el colonialismo en la nación. Por ello, no se problematiza la degradación y criminalización de las cuerpas negras y de las manifestaciones asociadas con la negritud.
Entonces, vale la pena hablar de las intersecciones mujer y raza. Es necesario hablar de las mujeres negras cuando se explora la violencia en Puerto Rico; particularmente, la violencia de género. Las mujeres negras sobreviven cotidianamente la violencia e hipersexualización asociada a su fenotipia. Sin embargo, en las estadísticas, no se recopilan los datos de cuántas mujeres visiblemente negras son víctimas de violencia de género.
Indudablemente, no habría que esperar al 22 de marzo o a que aparezcan fotografías de mujeres blancas, como Madison Anderson-Berríos, con turbantes para que se hable sobre racismo en Puerto Rico. Porque la discusión debe darse todos los días mientras haya mujeres negras siendo víctimas de racismo y de sexismo. En circunstancias como las que provocan las fotos, cobra relevancia el feminismo negro. Sobre todo, en días como el 25 de noviembre merece la pena agregar la categoría racial al reclamo de la eliminación de la violencia contra la mujer y las mujeres visiblemente negras.