La tendencia comenzó con un bizcocho. Consistía en un evento de celebración que, en apariencia, era inofensivo, pero que con el paso del tiempo se transformó en movidas peligrosas, de riesgo, y, ha sido, incluso, causa de cientos de hectáreas quemadas, casas destruidas y vidas perdidas.
Se trata de las fiestas de revelación de sexo, conocidas en inglés como gender reveal parties, cuya tradición se remonta al 2008, cuando la bloguera Jenna Karvunidis cortó un bizcocho. Luego, subió las fotos a su blog para revelar, con el color rosa, el sexo de su primera hija cuando estaba embarazada. Desde entonces, la ambición por hacer este tipo de fiestas de formas más creativas, deja consecuencias muy marcadas.
Hace poco más de un mes, una de estas celebraciones acaparó la mirada del mundo cuando el humo de la pirotecnia utilizada para revelar el color azul o rosa provocó, accidentalmente, el fuego de El Dorado en el Parque Nacional San Bernardino de California.
En momentos en que Estados Unidos se enfrenta a más de 30 incendios sin controlar de acuerdo con USDA Forest Service, El Dorado permanece contenido al 95%. El evento dejó unos 22 mil acres incinerados y causó la muerte de un bombero.
Es la segunda vez que el país estadounidense arde debido a una fiesta de revelación de género. En 2017, el fuego provocado por una de estas celebraciones en Arizona quemó 46,991 acres.
Sin embargo, de acuerdo con la trabajadora social Karla Ferrer Arévalo, los efectos de este tipo de fiestas o eventos de revelación van más allá de los incendios.
La obsesión con el género
De acuerdo con Ferrer Arévalo, las fiestas de revelación de sexo son el reflejo de la obsesión que tienen los seres humanos con los genitales y con la diferenciación de géneros. Este énfasis en la diferencia propicia, de manera inconsciente, que se asignen estereotipos de géneros que inciden en formas de maltrato y discrimen.
“Se impone el discrimen no necesariamente porque se esté haciendo de manera consciente… El discrimen se aprende y es, precisamente, a través de la desigualdad de género, que se aprende el discrimen, cuando estamos hablando de género… Yo sí pienso que con la… obsesión ridícula que los seres humanos tenemos con los genitales y con el género que parte de los genitales, definitivamente, claro que hay un montón de maltrato ahí. Porque sino, ¿por qué a los niños se les permite hacer unas cosas y a las niñas no se les permite hacer unas cosas porque son niñas? Eso es discrimen y eso es maltrato”, argumentó la trabajadora social en una entrevista telefónica.
Los estereotipos de género se definen como “la práctica de asignar a una persona determinada, hombre o mujer, atributos, características o funciones específicas, únicamente por su pertenencia al grupo social masculino o femenino”, según la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos. En otras palabras, se les asignan ciertos roles y estereotipos a las personas por su biología que, para la trabajadora social, estigmatizan los comportamientos que se salen de la norma.
“(Son) una programación que se impone y que las personas que se desvían de esa programación van a recibir unas sanciones sociales. Como lo vemos todo el tiempo con el rechazo, el discrimen (y) la violencia”, detalló Ferrer Arévalo.
Durante las fiestas de revelación de sexo, este tipo de conducta se observa desde la asignación del género a un feto hasta la predisposición de los colores: rosa para las niñas, azul para los niños, a pesar de que cada persona, al crecer, debería decidir libremente su percepción sobre sí mismo y desarrollar su identidad de género.
Según la profesional, este tipo de comportamiento obsesivo de polarizar el género fue propiciado por la tecnología de las ecografías o sonogramas, que, en un principio, surgieron para evaluar la salud del feto, pero que hoy muchas personas creen que se utiliza únicamente para conocer el sexo de la criatura.
Las consecuencias, según la también activista transfeminista, son padres que tampoco permiten que sus hijos desarrollen su autonomía.
“Una persona que está profundamente moldeada desde las rigideces y las polaridades de la diferencia (de géneros), no es una persona que va a poder ejercer una crianza justa, libre y, probablemente, ni siquiera amorosa porque la definición de amor que tiene es una definición de control y de posesión… Vemos cómo muchos adultos, muchos padres, madres y cuidadores piensan que sus hijos les pertenecen y que, como sus hijos les pertenecen, tienen que ser lo que ellos quieran que sean, (y) no les permiten desarrollarse”, explicó.
De acuerdo con la profesional, con cada asignación de género se revela, además, la sociedad de consumo.
“La cuestión de la asignación del género al punto de la obsesión como estamos los seres humanos hoy en día, para mí… no es otra cosa que otro mecanismo, otra forma de consumo… porque para qué queremos saber si son niñas o niños lo que van a nacer: para comprar, para consumir, para imponerle más consumos a ese bebé cuando nazca y así sucesivamente”, consideró.
¿Cómo comenzar el cambio?
Ferrer Arévalo subrayó que es posible criar infantes sin imponer un género, pero que, para lograrlo, se debe reconocer la autonomía de cada persona y cortar el hábito de mirar los genitales.
Destacó que ni los juguetes ni los colores tienen género, y reconocerlo es una forma de nadar a contracorriente en temas de género.
Finalmente, insistió en que las infancias tienen la capacidad de explorar el mundo y conocerlo desde su propia perspectiva, pero bajo el cuidado de las personas adultas.
“Tenemos la capacidad de evitarle mucho sufrimiento a la niñez… y no lo estamos haciendo porque sentimos que nos pertenece”, expresó.
Desde hace un año, Kurvunidis tiene una campaña en contra de las celebraciones que ella misma inició debido a las repercusiones que este tipo de fiestas tiene sobre las personas y la sociedad.