Si la ofensa racial la hace una persona negra hacia otra persona negra, ¿de dónde salen los insultos raciales? ¿No hay racismo porque la agresión provenía de una persona negra dirigida a otra persona negra?
“Ódiense, desarrollen desconfianza entre sí, ámenme y confíen solo en mí”, dijo alguna vez el amo esclavista.
Y, en efecto, la violencia entre todxs lxs que hemos sido racializadxs como inferiores es mayor dentro de nuestros propios grupos que la violencia dirigida hacia lxs llamadxs blancxs o las élites protegidas dentro de sus comunidades exclusivas.
El racismo internalizado, interiorizado, es un requisito esencial del esquema racial. Para que funcione, tenemos que odiarnos, desconfiar y desarrollar resentimientos entre pares.
Todas, sin excepciones, absorbemos los tóxicos que hablan de nuestra supuesta inferioridad. Imposible no hacerlo cuando las instituciones continúan reciclando visiones de un mundo supremacista: la persona blanca es hermosa, es más inteligente, trabajadora e industriosa, la cultura europea produce lo clásico y lo refinado.
En contraposición, el esquema racista invisibiliza y distorsiona la historia de nuestrxs ancestrxs negrxs. En el esquema racial, lo negro es lo indeseable, lo feo, lo chabacano, lo laxo, lo gracioso… A fuerza de la repetición constante, ya por generaciones, y aun cuando imperceptible a la consciencia misma, nos creemos esos aberrantes mensajes.
Pero, ¿a dónde va el malestar después de ingerir todos estos tóxicos, activos útiles del sistema? Por lo regular, no va dirigido a las estructuras racistas que nos socializan y que siguen recabando beneficios desproporcionados para las personas blancas, o las de tez más clara en nuestro sistema criollo. Más bien implosionan en una complicada trama de falta de aprecio, carencia de amor y de estima hacia la persona misma. Implosiona en las relaciones interpersonales entre pares, dentro de nuestras comunidades. Esas implosiones son el mayor capital social del sistema racista colonial.
Alma Yariela, la niña de 11 años acusada por el Departamento de Justicia de Puerto Rico, y las otras dos niñas, son solo tres de una multitud de niñxs negrxs que han sido vulneradxs por este sistema.
Mientras tres niñas negras se enredaban en una pelea verbal en la escuela, se decían dos o tres cosas, unas cuantas racistas, un sistema, llámele Oficina del Procurador de Familia y Menores, acogía con beneplácito el referido del infame director de escuela. Ante nuestros ojos, existe toda una industria para procesar y criminalizar a niñxs negrxs o de piel más oscura. Envuelve a directores escolares con afiliaciones partidistas, obedientes trabajadores sociales y psicólogxs, abogadxs queriendo acceder los misteriosos pasillos del poder y la fama, jueces que nunca consideraron su propia socialización racial y sus prejuicios en las determinaciones que hicieron, y medios de comunicación que se nutren de la noticia gustosa en el medio de la tragedia.
Mientras estas tres niñas negras se enfrascaban en lo que pudo ser una pelea de niñas, hubo un procurador, Carlos Santiago Rivera, actuando como capataz del sistema, escalando un sistema, no por el privilegio de ser blanco, porque blanco no es, sino a base de cuánta lealtad podía mostrarle.
Escalaba el sistema mismo, cuyo origen fue defender el interés del amo esclavista. El sistema, que después del 1898 defendió el interés del “americano” que nos invadió y nos brutalizó. El sistema, que todavía hoy no concibe cómo el racismo se perpetúa en sus decisiones y estructura.
Si Carlos Santiago Rivera quería ser alguien en este sistema, tenía que demostrar lealtad y dureza en su posición. A qué niña se llevara por medio era inmaterial. A qué comunidad contribuía a dividir, no importó. A qué madres enfrentaba en el pleito, ni por su pensamiento pasó. Lo importante era hacer un buen trabajo a los ojos de sus jefes, no importa lo sucio e inhumano que fuera. Esa jefa resultó ser Wanda Vázquez, la misma que paralelamente ascendió en su carrerra en el mundo de los hombres, sin importar que en su camino dejara a una Oficina de la Procuradora de las Mujeres en estado comatoso; sin importar que en su rol como Secretaria de Justicia, el hacerse de la vista larga, nos traería miseria y desprestigio.
¿Qué nos queda? Las instituciones tienen que transformarse o ser abolidas. El sistema de educación, el sistema de bienestar de menores, el sistema de justicia, las escuelas de pedagogía, el trabajo social, los medios, entre otras, tienen que evolucionar para el beneficio de todxs, no solo para el interés de lxs blancxs, los más pudientes y las élites del país.
A lxs abogadxs que litigan bajo la premisa de la persona buena y la mala, también les toca examinar cómo esa lógica eurocéntrica, beneficia a las élites blancas, contribuye a internalizar el interés propio sobre el comunal. Las instituciones, o funcionan para todxs o hay que derribarlas, abolirlas por completo.
Hay trabajo para todxs, porque a lxs que no existimos dentro de las instituciones, nos toca no caer en sus trampas divisorias; entender que la hostilidad hacia la persona semejante y contigua es lo deseable, y de lo único que se deriva algún insano poder en el sofocante esquema racial.
Como jueyes en la trampa, se espera que nos aplanemos para escalar, que haya algunos cuantos jueyes sacrificados. Quién muera para que sobrevivan unos muy excepcionales jueyes, no importa. ¿Alguna vez el juey se preguntó que hacían tantos jueyes en la trampa? ¿Tantxs niñx negrxs referidos y procesados por el Departamento de Justicia? En el mundo post pandemia, post la insurrección del 2020 en reclamo de las vidas negras, nos toca evolucionar, examinarnos y examinar los sistemas que hasta el momento siguen recabando beneficios desproporcionados para lxs blancxs, lxs más blancxs. ¿Ya dije eso?