Miedo. Me habían dicho que uno no conoce lo que es el miedo de verdad hasta que se convierte en mamá. El pasado 2 de enero, cuando di ese último pujo victorioso, a las 2:08 p.m., para conocer a mi bebé, sentí miedo. Mucho miedo. Anhelaba a mi bebé, había tenido un embarazo perfecto y sin complicaciones, pero no sabía ser mamá. Y eso que, en aquel entonces, el mundo era como lo habíamos conocido durante toda la vida.
Cinco días después, el 7 de enero de 2020, la madre naturaleza nos jamaqueó, y no solo me despertó a las 4:24 a.m. para brincarle encima a mi bebé y protegerlo. Me despertó otro miedo increíble, a algo desconocido, un terremoto de magnitud 6.4 como nunca había sentido.
En medio del posparto, la falta de sueño, los problemas de lactancia, y el miedo eterno que solo las madres sentimos, se sumó otro miedo más y el más grande de todos: la COVID-19. A las 12 semanas de nacido Sebastián, ya teníamos la pandemia encima.
Yo recuerdo que nosotros bromeábamos con que no íbamos a salir a ninguna parte hasta que el niño tuviese sus vacunas. Qué ilusos fuimos. Solo habíamos salido al pediatra, y ya nos disponíamos a salir a “algún sitio” para ir acoplándonos a la idea de estar en la calle con el bebé, cuando de pronto, el mundo que conocíamos se detuvo de golpe y porrazo. Nos encerramos a esperar retornar a esa normalidad que ya damos por perdida.
Vivimos en otro mundo, un mundo reconfigurado, con demasiadas medidas de protección, tantas que disuaden a uno de salir sin necesidad.
No es precisamente como me había imaginado todo. Sebastián Andrés nació rodeado de mucho amor, acompañado de su papá y su abuela materna, de una doula espectacular y un doctor muy dedicado. Pensar que muchas mujeres no pueden hacerlo de la misma forma es algo que me aterra. Aunque el acompañamiento en el proceso de parto es un derecho y lo promuevo, hay muchos lugares que no lo están permitiendo o lo restringen. Que esas mujeres embarazadas no puedan tener esa sobredosis de amor, en ese momento tan crucial, es algo que me estruja el corazón. Fui muy afortunada.
El mundo que nos ha tocado es otro. Sebastián llegó a entretenernos. Mientras otros toman clases y talleres en línea, hacen recetas espectaculares, ven series de Netflix, se ejercitan y, más reciente, van a la playa o al mall, yo aprendo poco a poco a ser mamá y disfruto cada segundo de teta que doy, cada carcajada y cada nuevo gesto que hace.
De esta pandemia he aprendido que tengo todo y que puedo vivir con lo necesario. Que casi todo lo material sobra. Aunque quiero darle el mundo a mi hijo y enseñarle todo lo que pueda, ya le he enseñado una gran lección: si nos tenemos, lo tenemos todo.
Aunque abran las tiendas, los restaurantes y los cines, nosotros seguiremos en cuarentena y cuidándonos de todas las formas posibles. Mientras sea necesario. Mientras afuera no sea seguro.
*La autora es comunicadora.