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Amar: una decisión valiente

Eye for ebony

Foto: Eye for Ebony

Es costumbre que cada vez que concluyo una consulta en consejería sexual termino con muchas conversaciones y revelaciones en la cabeza. Justo hoy, cerraba una en la que hablábamos sobre el amor. Le dije a la persona que pensara y me contara cuáles habían sido las formas en las que había recibido amor siendo peque. Hizo una pausa y respondió: “Mi papá no estaba tan presente en mi vida. Estaba para darme dinero y lo veía los fines de semanas”. Y aunque en este texto no hable sobre la herida del padre o de cómo el abandono repercute en la forma en que las mujeres cis se relacionan con los hombres cis, si hacemos esa pregunta a varias personas, de seguro responderían algo similar o más revelador que eso. 

Esa contestación me llevó a retomar un ejercicio.

Llevo mucho tiempo intentando recordar las primeras veces. Y con suerte he logrado dar con algunas memorias. Por ejemplo, recuerdo la primera vez que sentí una gran pérdida; la primera vez que jugué en la nieve; la primera vez que fui al cine, pero lo que no recuerdo es la primera vez que me hablaron de amor. Quizás es que, como somos concebides, parides y traídes a este mundo por “amor”, lo damos por entendido. Puede que, si esa es una razón, también ese es nuestro error; que damos el amor por hecho. 

A lo largo de nuestras vidas, aprendemos a recibir muestras de amor de otras personas, y entendemos que esas maneras o expresiones de amor son las únicas y correctas. Nos acostumbramos, las internalizamos, las asumimos y las guardamos en nuestro archivo para cuando nos toque usarlas. Referencias prestadas. Vagamente, nos han dicho que el amor se manifiesta a través de besos y abrazos. También, nos dicen que el amor es tan grande que no se puede explicar, que, simplemente, lo sientes… como un corrientazo. 

Aprendemos que la forma en que nuestros padres nos muestran su amor es incuestionable. Sabemos amar a través de otres. Hemos imitado amores, y nos hemos condicionado a sentir amor, aun sin desearlo. Nos han obligado a dar muestras de cariño aun sin nosotros querer. ¿Cuántos besos no deseados les dimos a familiares o cuántas sonrisas hemos tenido que fingir para mostrar amor? También, hemos aceptado amores a medias o hemos creído que el amor es doloroso, que desgarra el alma, que se alimenta de los sacrificios, tal cual una telenovela. 

Recuerdo que a los 10 años una persona me dijo algo que jamás olvidaré: “Anita, el amor es fácil. La gente es la que se complica”. Aunque ese comentario estuvo viviendo por años en mi subconsciente, no es hasta ahora que puedo creerlo con total convicción. Sí, el amor es fácil. Las expectativas, las cargas, el protagonismo, la banalidad, entre otras cosas es lo que lo complica. 

En estos últimos años, cuando más presente he aprendido a estar para mí, he entendido y encontrado nuevas formas de transitar el amor. Mis amigues y bell hooks. Mis amigas han sido la pieza clave para comprender las falsas complejidades del amor y enseñarme cómo se ve el amor en la práctica. Son pacientes, respetan y comprenden los espacios a solas, las distancias y silencios; son honestas, abrazan con el corazón, saben cuándo hablar y construyen alegrías. Todos los días aprendo de ellas. En su libro, Todo sobre el amor (All about love), bell hooks dice que “para practicar el arte del amor, debemos ante todo elegir el amor, es decir, admitir ante nosotros mismos que queremos conocerlo y abandonarnos a él, aunque no sepamos lo que significa”. Mi gran lección ha sido escoger el amor ante cualquier cosa. 

En esa elección, también he aprendido a atesorar la reflexión. Me he hecho preguntas duras: ¿cómo se ve el amor para mí?, ¿por qué amo de esta manera?, ¿será que existen otras formas de amar?, ¿se puede amar no románticamente?, ¿me hace falta amor?, ¿me ha faltado amor?, ¿cómo quiero amar?, ¿cómo quiero que me amen?, ¿estoy dispuesta a confiar y descansar en la idea de amar verdaderamente? Enfrentarse a esas preguntas asusta mucho. Cuestionar el amor para encontrar una manera sana de vivirlo, también porque lo desconocido genera incertidumbre. Además,  el amor nos empuja al compromiso. Y no estamos hablando del compromiso al matrimonio ni nada por el estilo; es el compromiso de estar presente para tu comunidad, para tu gente, para tu entorno. El amor como acción, como compromiso, como promesa.

Y si bien el amor recobra dinamismo en el cuerpo, también se puede definir. En esta última consulta, le sugerí a la persona que hiciera el ejercicio de escribir lo que significaba el amor para elle, pero que tuviera presente que el amor no es meramente romántico y que se posicionara como sujeto en medio del amor; es decir, que su definición de amor también le contemplase. Luego de eso, que pensara y escribiera qué acciones, intercambios o palabras necesitaba para sentirse amade concretamente y viceversa. Lo que puede significar el amor para mí, para mi práctica diaria, muy probablemente no conviva con la definición que pueda generar otra persona. 

Por eso, creo importante aterrizar la idea del amor, de bajarla de ese estado abstracto para darle forma y sentido de tal manera que nos permita explicarlo a otro sin dejar que lo descubran. 

Estoy muy consciente que la definición de amor que pueda tener hoy va a cambiar. Cambia conforme vamos creciendo y adquiriendo nuevas experiencias en la vida. Ya no conceptualizamos el amor como cuando teníamos 15 años. El amor madura contigo, tus acercamientos al amor mutan y transmutan en tu mejor condición de ser humano. El amor que das de forma sana y genuina es el reflejo del amor que te das a ti misme… de forma sana y genuina. Pensemos el amor como una extensión de nuestra primera persona plural: nosotres.

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