Cuando tenía 8 o 10 años, a mi madre le dio la menopausia, etapa de su vida que le duró unos cuantos años. Los sofocones eran la orden del día, pero lo que más recuerdo fue su cambio de carácter: de ser una mujer bien sociable y tener la casa llena de sobrinos, se convirtió en alguien que odiaba la humanidad y se llenó de complejos. Mis tías eran todas mayores que ella y me decían: “Nena, tienes que entender que tu mamá tiene la menopausia”. Pero, ¿qué iba a entender a esa edad?
Mi mamá también padecía de los nervios, así que, entre la menopausia y sus nervios, para mí era común escuchar: “¡Nena, te voy a arrancar la cabeza!” o “¡Te voy a tirar por el balcón pa’bajo!” Entonces, mis tías me rescataban porque pasaba los fines de semana con ellas. Así, mi mamá descansaba de su trabajo y de mí. Los hijos únicos podemos ser absorbentes…
Ahora, tengo 52 años y la menopáusica soy yo. Este nombrado “cambio de vida” -yo prefiero llamarlo etapa- me ha dado fuerte. Debo señalar que, a diferencia de otras mujeres cuyo primer síntoma puede ser la falta de menstruación, ese no es mi caso. Me sacaron la matriz cuando mi hijo nació, por lo que hace casi 17 años felizmente no tengo la regla. Ente las mujeres de mi familia, ese hecho fue una tragedia; para mí, que quería solamente un hijo, fue una bendición. Como no tengo regla, debía estar pendiente a otros síntomas, según me explicó el ginecólogo. En cada sofocón nocturno que me da, recuerdo cómo mi mamá se ponía tan roja como un semáforo y se abanicaba con lo que tuviera a la mano; le duraba unos cinco minutos en los que sudaba copiosamente y luego se le pasaba. En mi caso, no puedo descansar de noche, simplemente no puedo. Me despierto por el calor que me sale del cuerpo como lo describió una buena amiga un poco más joven y menopáusica también: como una hornilla caliente. Me arropo y me desarropo constantemente; no dejo dormir a mi esposo quien se ha resignado a escuchar: “¡Qué calor, qué calor!”, cada vez que me quejo. Y él, como buen compañero, ha sobrevivido el asunto.
Tengo la concentración de un mime, y eso sí que me cuesta aceptarlo. Siempre he sido disciplinada para estudiar, leer y escribir, y se me pasan los días viendo Netflix y sin querer hacer nada. Entonces, ¿cómo puedo seguir trabajando en mi disertación? ¿Cómo sobrevivo este proceso? Soy una doctoranda menopáusica… corresponde hablar con el consejero y explicarle -sin sentido de culpa alguno- lo que me está pasando. Él, que es un tipazo, me apoya y me dice que esté tranquila y que vaya a mi paso. Entonces, hago lo que puedo: leo un poco todos los días y escribo bosquejos, en lo que la mente decide organizarse un poco antes de seguir escribiendo. ¡Ah! Y también tomo unas pastillas naturales que ayudan a mejorar la concentración.
Converso con amigas de mi edad que están pasando por lo mismo buscando solidaridad y empatía. Los comentarios que recibo sobre los síntomas son: “Los hotflashes son una cosa mala, estoy todo el tiempo con el abanico en la mano. No puedo dormir, es una cosa bien mala” (amiga A). “No proceso los pensamientos; tengo un fucking fog mental” (amiga B). “Se fue el filtro de la lengua, digo lo que sea a quien sea. Yo que era tan diplomática” (amiga C). A esto le sumamos la caída del cabello, dolor en las articulaciones, cansancio extremo, insomnio, aumento de peso -que también me rejode- y disminución de deseo sexual en algunas. En fin, que al igual que cuando nos llega la regla y tenemos durante años ese sangrado mensual, en esta etapa de la vida tampoco tenemos opción. ¿Cuáles han sido mis opciones? Ya no tomo café con azúcar y me pinto el pelo de colores brillantes.
En esta etapa, se espera que estemos como en los anuncios de televisión: con energía, relucientes, que nos veamos exactas. Entonces, comienza el botox, pintarse las canas, intentar tener un cuerpazo con o sin hijos… en medio de terminar de criar, trabajar, atender la casa y las misas sueltas que nos impone la vida. Estoy harta de los artículos sobre la valentía de las que se dejan las canas porque nunca he leído algo semejante sobre George Clooney. Basta de tanta exigencia superficial. Lo importante es sentirnos bien en nuestra piel y buscar nuestro bienestar de la forma en la que cada una lo entienda apropiado. Una de mis amigas se pone los pellets, usa hormonas y corre todos los días. Otra de ellas compra velas de olor porque dice que eso le ayuda a sentirse mejor. Mi mamá todo lo resolvía con pastillas, cada una lo hace a su manera. Yo he buscado todas las alternativas posibles: suplementos, ejercicio, buena alimentación y bien importante: rodearme de mujeres solidarias y educar a mi esposo y mi hijo sobre lo que me pasa.
La menopausia es parte de nuestros procesos de vida como mujeres. No debemos verlo como un hecho que sirva para encajonarnos en las tantas categorías de las que nos han impuesto socialmente. Por un lado, nos iguala porque todas pasamos por ese proceso, pero también nos distingue porque cada menopáusica es diferente como cada mujer lo es. Lo importante es crear conciencia y solidaridad, reconocer que esta etapa es parte de nuestras vidas. No es un proceso que sea por elección. Visibilicemos la menopausia.