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Querido Dante

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En la víspera del Día de las Madres, me parece urgente dedicarte estas líneas. No sé bien por qué no lo había hecho antes, pero sí sé muy bien por qué lo estoy haciendo ahora. Casualmente, este año se cumplen diez años de una de las columnas más importantes para mí: La maternidad como acto político. Hoy, lo único que cambiaría sería el título. Escogería, estoy casi segura, hablar de maternidades, porque hay múltiples formas de ser madre, y todas ellas son políticas.

En este Día de las Madres, quiero que sepas que estoy agradecida de la lucha de las mujeres que estuvieron antes de mí. Ellas fueron las que permitieron que tu llegada fuera una deseada, esperada y, sobre todo, voluntaria. Nadie me obligó a ser tu mamá. De hecho, esto nunca te lo había dicho. Hace muchos años, cuando todavía estaba en Argentina, recurrí a un aborto para terminar un embarazo no deseado. Sabía que no quería ni podía ser madre en ese momento. En ese entonces, el aborto en Argentina era ilegal, pero un ginecólogo amigo de la familia me lo practicó de manera segura. No todas las mujeres argentinas tenían acceso a ello. Es más, la mayoría de ellas, abortaban en condiciones indescriptibles, poniendo en riesgo su salud y vida. Muchas morían. Nadie las quería atender. Todas ellas mujeres pobres sin un ginecólogo amigo de la familia que las pudiera ayudar. 

Te cuento esto porque hoy miro con preocupación, y mucha tristeza, el futuro que se avecina. Pienso en ti, tus amigas, las hijas de mis amigas, mis amigas y las mujeres por venir. Pienso también en mí, en mis luchas, y creo que puedo comprender el dolor que sintió tu abuelo al ver desplomarse el proyecto político al que, aunque imperfecto, le había dedicado su vida. No te voy a mentir, siento mucha preocupación. Pienso en cómo el retroceso en cuanto al aborto impactará otras áreas de la vida que entendíamos resueltas para ti y para tu generación. No concibo otra forma de verte crecer que no sea libre y pleno, manifestando con orgullo y firmeza quién eres, en lo que crees y hacia donde vas. Hijo querido, me resisto firmemente a legarte un futuro de sombras y miedos, y me reafirmo en la construcción de otra vida posible para ti y para quienes vienen contigo y detrás de ti.

En aquella columna, cuando hablaba de la maternidad como acto político, lo hablaba convencida de lo que estaba haciendo. Maternar, el verbo que usa Verónica del Carmen de La Cole, es eso, un verbo en muchos actos. Por eso, siempre estuve clara que mi maternidad tenía dos objetivos principales: que seas feliz y buena persona. También, que seas libre, libre para florecer porque, como me dijiste, las flores no pueden florecer en el clóset. 

Disto mucho de ser perfecta, pero admiro en ti la capacidad de verme en mi humanidad, reconocerme imperfecta, no juzgarme y acompañarme. En mi caso, nunca pude hacer eso con mi madre, tu abuela, y creo que hoy, cuando su muerte es inminente debido al cáncer, recién hoy, he logrado comprender, no juzgar y perdonar. En cambio tú, hijo, tú eres capaz de perdonarme cada nuevo día, y recordarme siempre que no tengo que ser perfecta para ser digna de tu amor. Pienso que cumplí, sin saberlo, mi propósito contigo y, como te digo cada día, estoy orgullosa de ti.

Amor mío, se avecinan días complicados y oscuros, días que requerirán muchos pañuelos verdes, banderas arcoíris y rosa, celestes y blancas. Días que requerirán que todo eso que has aprendido leyendo, lo pongas en práctica y resistas la violencia de quienes no se atreven a soñar, como te escribió la jueza Sonia Sotomayor, soñando en grande. Cada vez más en grande. No dejes nunca que te roben la alegría ni las ganas de vivir ni tu País. No importa adónde vayas, recuerda siempre que eres, no me odies por esto, de P FKN R. 

Podría seguir escribiéndote páginas y páginas, pero se me acaba el espacio. En este Día de las Madres, agradezco el privilegio de andar la vida a tu lado, verte crecer y desarrollarte, reírme contigo, discutir interminablemente, y tener que recordarte a menudo que la madre en esta relación, soy yo. Sí, como dices, mamá es mi título honorable y lo llevo con orgullo, no porque lo heredé, sino porque lo escogí. 

Me despido diciéndote que, a veces, pienso que me hubiese gustado ser perfecta, pero no lo soy y creo que me ha tocado el hijo perfecto para bregar con tanta imperfección. Pido que la vida me dé muchos años para poder asistir a este despliegue de hermosura que me tienes presenciando. Eres grande, hijo, que nadie te diga lo contrario, pero a la grandeza hay que saber llevarla y te tocará eventualmente usarla para transformar el espacio que, con sacrificio, hemos podido construir. Les toca a ustedes ahora, negarse a reformar algo que no sirve y dedicarse a transformar esto en el mundo que merecen. Mamá, o si prefieres Miss Marian, te acompañará siempre. Te amo.

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