Recuerdo siempre la primera vez que me nombré endeudada. Estaba en mi último año de bachillerato y tuve que tomar un préstamo para pagarlo. Desde ese momento hasta hoy, la cifra ha aumentado tremendamente. La deuda es un concepto que nos atraviesa a grandes y pequeñas escalas. También de formas muy diversas en tanto y en cuanto los cuerpos que habitamos y las circunstancias materiales que enfrentamos.
Mientras pensaba en la redacción de esta nota y también en la realidad actual del país, decidí alejarme un poco de lo estrictamente literario y ficcional para echarle ojo a una variedad de ensayos críticos sobre la deuda como denominador común en nuestra vida.
Cuando ¿Quién le debe a quién? Ensayos transnacionales de desobediencia financiera llegó a mis manos, supe que necesitábamos hablar más de él. Es un libro en el que se reúnen diferentes organizaciones políticas alrededor del mundo para hablar de la deuda y sus implicaciones en nuestra cotidianidad. Su introducción es directa y la establece como tema central que afecta de manera particular a las mujeres. Las editoras Silvia Federici, Verónica Gago y Luci Cavallero así lo dejan claro: “hoy es la deuda la verdadera plaga que afecta a millones de personas en todo el mundo, y en especial a las mujeres, lesbianas, trasvestis y trans […] el endeudamiento es otra de las formas de intensificación de las desigualdades de género” (9-10).
En el caso de Puerto Rico, el libro cuenta con un ensayo titulado Nosotras contra la deuda, de las compañeras Shariana Ferrer Núñez y Zoán Dávila Roldán, ambas militantes y dirigentes de la Colectiva Feminista en Construcción. Este escrito plantea la deuda pública como consecuencia de la raza y el colonialismo. Por un lado, expresan que “el colonialismo como proyecto político utiliza la raza como dispositivo generador de desigualdad, marcando los cuerpos/pueblos aptos para la captura, explotación, violación, trabajo forzado, extracción, empobrecimiento y muerte […] Es la colonización la que permite la apropiación de los medios de producción, mediante el acaparamiento y la explotación de los recursos naturales, la ocupación de territorios, el secuestro de personas negras y el sometimiento de estas al trabajo forzado para la transformación de la materia prima en productos que van a sostener la vida de quienes les capturaron” (41-42).
Es decir, no es posible el colonialismo sin el racismo. Esto último es lo que permite que haya un proceso de deshumanización de las personas negras que afianza el derecho que se adjudica la hegemonía blanca para explotar y someter a quienes les garantizarán la generación del capital. En ese sentido, la deuda llega a América como resultado de las luchas por la independencia en Haití. Francia le impuso el pago de las supuestas pérdidas que tuvieron mediante ese proceso de liberación, por tanto, “la deuda es el mecanismo bajo el cual se logra la permanencia del sistema colonial […] La deuda siempre ha operado como mecanismo de captura que se implementa desde el colonialismo como modelo económico” (43), según plantean Ferrer y Dávila.
Puerto Rico ha sido colonia de dos grandes imperios (España y Estados Unidos) y así lo exponen las autoras con un recuento histórico sobre el estado colonial y racial del archipiélago. Sin embargo, la deuda llega en el siglo XXI a ser la razón para imponer todas las políticas de austeridad que precarizan nuestras vidas. Esta deuda, como bien expresan Ferrer y Dávila, es “ilegal, ilegítima e insostenible” que va camino a dejar el país inhabitable, pues “los gobiernos de las últimas décadas han vendido corporaciones públicas, privatizado carreteras, han ‘alquilado’ el aeropuerto nacional, aumentado el costo de la universidad del Estado, han cerrado cientos de escuelas, han destruido tierras agrícolas […] han despedido trabajadores, privatizado playas y han recortado las pensiones de empleados públicos” (49).
Ante este panorama, hay una realidad innegable: son los cuerpos feminizados y negros los que más sufren los embates de la austeridad, pues el sistema sigue las lógicas coloniales y raciales del Estado. “Las endeudadas en ese sentido, siempre habitan corporalidades racializadas, feminizadas y precarizadas” (46). Se ha articulado un nosotras desde la otredad y frente al poder que busca reclamarle al Estado lo que nos debe. “Nuestra consigna nos posiciona desde el pronombre en primera persona, plural y en tiempo presente […] como sujetas políticas, precarias y empobrecidas, nos posicionamos de manera frontal y confrontativas ante aquello que nos violenta” (57).
Es a partir de ese imaginario que se construyen estrategias para crear poder popular que conectan el tema de la deuda con nuestras condiciones de vida. La Colectiva Feminista en Construcción se ha encargado de hacerlo desde la calle buscando que las personas identifiquen y conozcan que la deuda pública atraviesa nuestra cotidianidad en circunstancias tan básicas como poder hacer compra o pagar la casa. La consigna de “construyamos otra vida” parte de reconocer que existe una vida-esta vida en la que quienes ostentan el poder lo hacen desde una mirada capitalista, racista y machista que nos mantiene en subordinación a sus bolsillos. Nuestra austeridad es ganancia para los bonistas, sin embargo como comentan las autoras: “Al final, esta discusión es sobre el poder: el que se construye, el que se arrebata, el poder en disputa” (59). La consigna “construyamos otra vida” se conforma desde la conciencia de esa discusión y en la que nos reconocemos sujetas políticas arrebatando y recuperando el poder que nos pertenece. Son los bancos y el Estado quienes nos deben.
Mientras pensaba en lo violento de la deuda recordé una cita del Debt Collective: “Being indebted weighs on the body and the mind, stressing us and making us ill. That’s not an accident. A loan is a weapon for making us feel powerless” (26). Regreso a las compañeras de la Colectiva. Son los cuerpos feminizados, racializados, empobrecidos y endeudados quienes cargan la cara de la deuda. Sin embargo, es una propuesta partir desde esa misma cara para pensar en otra posibilidad, pues, como bien articulan, “aun reconociendo la imbricación de los sistemas de opresión tales como raza, clase y género […] situar a la sujeta revolucionaria como una colectiva logra articular una asimetría del poder con miras a transformarlo” (46). Desde ahí, comienza la apuesta, “una condición de futuro otro, una huída colectiva de las lógicas de captura de la deuda-colonia-capital-raza-género” (46).
Esa apuesta busca desmantelar los sistemas de opresión y, como las compañeras del Combahee River Collective, “sitúa las experiencias de mujeres negras como el instrumento para desmantelar el sistema y sus múltiples ejes. […] La liberación de las mujeres negras supondría la liberación de todas las personas, puesto que dicha liberación implica el desmantelamiento de todos los sistemas de opresión” (45).
En el contexto de Puerto Rico, nos queda un camino largo por recorrer. La aprobación del PC 1003, ahora Ley para Ponerle Fin a la Quiebra de Puerto Rico, nos posiciona en una situación aún más vulnerable. Nos condenan a otra quiebra y a una austeridad insostenible que ataca nuestros servicios esenciales y la posibilidad de una vida digna. La deuda sigue siendo la única razón, aunque sabemos que esto no es más que un plan macabro para continuar con las políticas neoliberales que responden al capital.
La organización y militancia se tornan urgentes en un momento cuando buscan desmantelar el país y absorberlo en un pago de una deuda ilegal que no nos da tregua ni para sentarnos a pensar con claridad. La propuesta de la Colectiva Feminista en Construcción apunta a la salida, esa que como bien han reafirmado es colectiva, todas las veces. Hay que asumir el trabajo y entender que sin las otras y sin nosotras no hay liberación posible porque “puesto que la liberación no es una finalidad o un destino, la liberación es un ensayo de poder colectivo” (59).
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