Fotos y vídeo de Ana María Abruña Reyes
Nilsa López Rivera tiene la sonrisa de quien ve posibilidades donde otros solo ven obstáculos, burocracia e incertidumbre. En el edificio #68 de la calle Pura Giraud, en el casco urbano de Arecibo, se albergan los programas de servicios que ha fundado por los pasados 38 años para atender las necesidades de personas con diversidad funcional, adultos mayores víctimas del crimen y personas enfermas y de escasos recursos que necesitan múltiples ayudas.
Ella sabe lo que es encontrar un espacio de emergencia en un albergue que está a capacidad; conseguir una cita de urgencia con un médico especialista de alta demanda para una mujer con cáncer que no tiene a donde ir; y convencer a una policía que ya ha terminado su turno de trabajo para que intervenga de inmediato para proteger a una menor de edad en peligro de ser abusada. También, sabe cómo liderar equipos de trabajo sólidos que hagan realidad la misión que desde temprano en su vida entendió que era la suya: servir.
“Yo quiero que todo el mundo sepa que algo positivo puede hacer por otra persona”, asegura desde su oficina, en los altos del edificio, luego de haber recorrido toda la instalación y saludado a los empleados con los que se cruzó en el camino.
“Trabajando unidos eliminamos barreras”, es uno de sus lemas y está pintado en una de las paredes del edificio a la vista de todos.
Natural del barrio Caguana de Utuado, la cuarta de cinco hermanos, vio en sus padres la inspiración para hacer cosas que cualquiera pensaría que no son posibles. Se graduó de la escuela superior a los 14 años, fue a la universidad a estudiar Administración Comercial, se casó y poco tiempo después, a los 22 años, se fue huyendo del maltrato con dos hijos a cuestas.
Encontró sustento haciéndoles los trabajos universitarios a sus compañeros de clases. “Así acabé de estudiar”, recuerda entre risas. Nada la iba a detener. Ya graduada, se estrenó en las finanzas a gran escala como auditora del Comité Organizador Panamericano (COPAN) de los Juegos Panamericanos que se celebraron en Puerto Rico en 1979. La experiencia la llevó a trabajar con una firma de contadores públicos a través de la que conoció a dos niños con microcefalia que eran hermanos y estaban desprovistos de servicios. Supo que tenía que hacer algo y, con ese poder de convencimiento que tiene como una de sus más grandes fortalezas, consiguió que las hijas recién graduadas de una amiga la ayudaran a educar ellas mismas a esos niños.
“Yo tenía un gazebo en casa y allí puse una pizarra. Se siguió regando la voz y, en un año y medio, yo tenía 68 niños en casa”, recuerda sobre lo que fue el inicio, en 1984, del Instituto Pre-Vocacional e Industrial de Puerto Rico en su casa en Arecibo. Cuando ya era evidente que necesitaba apoyo externo, incorporó el Instituto como una organización sin fines de lucro en 1985, con la misión de ofrecer servicios gratis a niños y jóvenes con diversidad funcional y escasos recursos económicos. Ella misma hizo el logo, que muestra a diferentes personas dentro de una flecha indefinida, pero que apunta hacia adelante.
Más tarde, consiguió el edificio de la Pura Giraud, en el que hoy se ubica el Instituto, a pasos del Río Grande de Arecibo. También, lo consiguió con su don de la palabra y el convencimiento. “Fue fia’o”, se ríe de nuevo. El alquiler superaba lo que podía pagar, pero pudo convencer al dueño para que le prestara una esquina. Hábilmente, fue ocupando más espacio, pues con el tiempo, López Rivera visualizó otras tres corporaciones, que hoy ocupan el edificio completo.
Fundó, en el 2004, la Corporación de Desarrollo Económico, Vivienda y Salud, que ofrece servicios de ubicación a personas sin hogar, consejería para compra de vivienda, apoyo a personas con VIH/SIDA, entrega de alimentos y albergue para adultos mayores víctimas del crimen, entre otros.
También, con la certeza de que muchas personas necesitan formarse en áreas de alta empleabilidad para sostener a sus familias, pero no tienen la capacidad económica para pagar carreras universitarias, López Rivera fundó el Colegio Educativo Tecnológico Industrial (CETI).
Gran parte del edificio en el #68 de la calle Pura Giraud, lo ocupan los salones de CETI, donde se ofrecen cursos cortos con ayudas económicas federales y estatales en enfermería, refrigeración, terapia respiratoria, cosmetología, electricidad, asistente administrativo y delineante. La idea es que las personas puedan culminar sus estudios sin deudas con la institución ni préstamos estudiantiles.
Y en el 2009, creó la Iniciativa Comunitaria de Arecibo, que ofrece cuido de niños, hijos o nietos de personas que estén estudiando o trabajando.
Las cuatro corporaciones agrupan más de 92 programas que, anualmente, ofrecen servicios a más de 6,000 personas, con instalaciones en otras partes de Puerto Rico.
¿Cómo lo hace? López Rivera, hoy, con 73 años, celebra que solo necesita cinco horas de sueño cada noche. Se levanta con ideas y las plasma en papel en forma de organigramas. Ama escribir y no le resulta difícil pensar cómo las ayudas pueden llegar de la manera más eficiente a quienes la necesitan. No le cuesta levantar el teléfono y hacer las llamadas que tenga que hacer para mover los procesos. Su equipo de trabajo entiende su visión y muchos de los empleados son personas que, en algún momento, se beneficiaron de algún servicio.
Si bien los obstáculos no han sido más que oportunidades para buscar nuevas formas de hacer las cosas, López Rivera ha tenido que reconocer que parte del trabajo es defenderlo.
“Yo no quiero política aquí”, señala cuando le toca hablar de los mayores retos. Se refiere a la política partidista que exige favores a cambio de beneficios.
“Aquí, se atiende a todo el mundo de igual forma, pero el vaivén político puede matar cualquier programa y yo no voy a pedir un centavo para ningún alcalde”, advierte. Lo dice porque se lo han pedido. Y en un país donde las influencias políticas acortan el camino para muchas gestiones, López Rivera se ha asegurado de que sea su efectividad la que hable por sus proyectos. Esa es la mejor defensa, afirma.
Así como ella ha llamado muchas veces para pedir y hacer posibles las ayudas que su gente necesita, a ella también la han llamado para que gestione ayudas en otros lugares.
Cuenta que recientemente recibió comunicación de la ciudad de Orlando, en Florida, para que llevara hasta allá algunos de sus programas. Les dijo que sí.
“Yo creo en Dios, yo creo en la gente y yo creo que puedo llegar lejos, no sé a dónde, pero voy a llegar”, establece convencida, con la sonrisa de quien sabe que así será.
*En ruta hacia la equidad es una serie auspiciada por la Fundación Comunitaria de Puerto Rico (FCPR) para destacar las historias de mujeres que aportan al país desde sus respectivas organizaciones sin fines de lucro, apoyadas por la FCPR como parte de su compromiso con promover la equidad de género, y la Fundación de Mujeres en Puerto Rico.