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Las “babillosas” y su gesta del 15 de julio de 2019 

Piden la renuncia de Ricardo Rosselló como gobernador de Puerto Rico

(Foto por Mari Blanca Robles)

Eran las 11:25 p.m. y un fuerte olor se había apoderado de las calles del Viejo San Juan. El humo se confundía con una nube de gases lacrimógenos que el viento del trópico comenzó a propagar tres horas antes. Parte del espacio de las emblemáticas vías adoquinadas de la capital ardía en llamas. La escena hizo recordar a algunos de forma hiperbólica sobre las invasiones e intentos de ataques pasados, que imperios europeos trataron de hacer a ese entorno que los relatos históricos identifican como la ciudad amurallada de Puerto Rico.

Pero esa noche del 15 de julio no se planificaba otro asedio imperialista a la capital. En medio del humo y los gases, un ejercicio de resistencia ciudadana comenzaba a gestarse.

Hubo algunas explosiones. Hubo mucha represión. Pero los ataques de la Policía colonial fueron respondidos por una corilla que no se la dejó montar.

“Yo estoy clara. Si no puedo perrear, no es mi revolución”, exclamó Milena, de Barceloneta, mientras les recordaba a amistades que la libertad del cuerpo es otro proyecto político que debe defenderse en un contexto colonial y patriarcal como el de Puerto Rico.

No era para menos. La manifestación que democratizó las calles del Viejo San Juan unió a miles de personas que exigían la renuncia del gobernador Ricardo Rosselló Nevares. El primer ejecutivo puertorriqueño desplegó su misoginia y homofobia en un chat, junto a otros muchachos de su administración. Sus mensajes de odio abrieron una caja de pandora sobre cómo se gobierna desde un acercamiento violento y patriarcal.

Pero, también despertaron a un pueblo que reclamó la libre expresión en los espacios públicos.

8:20 p.m.

“Estoy literalmente que no puedo moverme, pero estoy bien cerca del área donde termina el perímetro de Fortaleza. La gente está sacando las vallas, así que esto está a cuestión de minutos de explotar. A lo mejor no voy a poder tuitear en ese momento, pero para que estés pendiente y tuitees. Esto va a explotar”.

Con esas expresiones, le envié un audio por WhatsApp a la colega periodista de Todas Cristina del Mar Quiles. Había tensión, preocupación en algunos rostros, pero ninguna persona mostraba temor por lo que ocurriría.

La indignación colectiva era palpable.

Frente a mí, una mujer se tapó parte del rostro con el pañuelo verde que simboliza la lucha por el aborto legal, libre y seguro. Lo hacía con determinación. Fue esa misma determinación la que llevó a otra mujer a quitarle el megáfono el día antes a un hombre que intentaba dirigir la manifestación en contra de la misoginia del gobierno de Rosselló al señalarlo a él mismo por haber agredido a parejas y compañeras de lucha política.

El gobierno de Puerto Rico logró aumentar la rabia de muchas personas, pero especialmente la de las mujeres y personas LGBTTQI. La militancia de la primavera feminista que se activó el 8 de marzo y continuó el 1 de mayo, se plantó en medio de un verano de temperaturas sofocantes y algunas dosis de polvos del Sahara.

El reloj marcaba las 8:32 p.m. y el primer lanzamiento de gases provocó que cientos de personas corrieran entre las calles Fortaleza, Del Cristo, San José y San Francisco. Con tanto nombre de santos, la denominada Fuerza de Choque de la Policía de Puerto Rico no se  encomendó a nadie a la hora de reprimir la protesta.

“Ricky está caga’o”, gritaban los manifestantes luego del primer ataque policial.

No pasaron cinco minutos del primer ataque y las personas afectadas por los gases decidieron regresar a la calle Fortaleza. La convicción era fuerte.

“Somos más, y no tenemos miedo”, repetían convencidos.

Era el quinto día consecutivo de protestas en Puerto Rico.

La confrontación continuó. No había marcha atrás. Las personas denunciaban la violencia sistémica producto de una relación colonial con los Estados Unidos, una deuda impagable y las políticas de austeridad impuestas por una Junta de Control Fiscal aprobada por un Congreso dominado por el Partido Republicano y firmada por un presidente del Partido Demócrata en el 2016.

Los más jóvenes no querían pagar por los errores del pasado ni por un sistema que reproduce la explotación económica. Por eso, eran mayoría en la calle Fortaleza cuando surgieron las confrontaciones con los oficiales de ley y orden durante esa noche.

“Policía de Puerto Rico, instrumento de los ricos”, comenzaron a gritar a eso de las 9:00 p.m.

“Profesor, ¿se acuerda de mí? Usted me dio clase de CISO en Humacao. Es la primera vez que vengo a una protesta, pero hay que hacerlo”, me comentó una estudiante de la Universidad de Puerto Rico en Humacao.

“Me alegra verte. Hay que seguir luchando. Cuídate el resto de la noche”, le respondí mientras intentaba escribir una breve reseña sobre lo acaecido esa tarde. Se me aguaron los ojos y no fue necesariamente por el impacto del gas que me había caído minutos antes. Simplemente, sentí emoción por lo que sucedía.

5:15 p.m.

El ala norte del Capitolio en San Juan comenzaba a plasmar la diversidad de personas que representan a Puerto Rico. Artistas, estudiantes, empleados de gobierno, personas jubiladas y entusiastas de todas las edades se reunieron y gritaban: “Ricky, renuncia”.

La cantante puertorriqueña Josy Latorre fungía como maestra de ceremonias en una tarima improvisada que se creó como preámbulo a la marcha que intentaría llegar hasta La Fortaleza.

Un hombre que se viste de Spider Man reapareció en los escenarios de activismo puertorriqueño y compartió su usual entusiasmo de lucha.

El artista Danny Rivera interpretó la canción Yo quiero un pueblo, la misma melodía que entonó en Vieques aquel 1 de mayo de 2003, cuando oficialmente la Marina de Guerra de los Estados Unidos abandonó la isla-municipio.

La presentación de Rivera dio la señal simbólica de que llegó el momento de caminar hacia La Fortaleza.

Eran las 6:45 p.m. y miles de personas comenzaron la movilización. Se encontrarían con otras miles que ya estaban frente a la entrada principal de la residencia del gobernador.

“Aquí estamos las babillosas”, gritó una joven que participaba de la marcha.

Había babilla, rabia y un deseo de cambio político que trascendía el pedido de renuncia a Rosselló. No había marcha atrás. Esa noche y los días subsiguientes serán recordados por siempre. Otro Puerto Rico es posible.

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