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Golpe a la rehabilitación de las mujeres dentro del sistema de Corrección

(Foto de Ye Jinghan en Unsplash)

La “mudanza” del Hogar Intermedio de Mujeres en San Juan es un golpe al proceso de rehabilitación de mujeres dentro del sistema del Departamento de Corrección y Rehabilitación (DCR) del país. Este programa, de los pocos especializados en mujeres privadas de libertad que son madres, ofrecía servicios para el desarrollo de estas familias, lejos del ambiente hostil de la cárcel, donde se te recuerda diariamente que fallaste y hay poco de rehabilitación.   

El programa funcionaba como hogar de transición para 10 mujeres embarazadas o con hijos menores de tres años. Su nivel de custodia era de mínima seguridad. Podían salir a buscar empleo o a trabajar mediante transporte público.  

Lee aquí: Se consuma el cierre del Hogar Intermedio de Mujeres en San Juan

Además, en ese espacio, recibían servicios con un enfoque biopsicosocial, que consistía en consejería, tratamiento para uso de sustancias (incluyendo el alcohol), servicios médicos, psicológicos, educativos y recreativos. A cada una se le preparaba un plan individual de tratamiento con estrategias de reinserción a la comunidad. 

El programa ha demostrado ser efectivo y que se puede aplicar a otras confinadas que, aunque no tengan hijos, se pueden beneficiar de estos servicios en su proceso de rehabilitación.  

El cierre responde a medidas de austeridad requeridas por la Junta de Control Fiscal al Departamento de Corrección y Rehabilitación para ahorrar $5.1 millones, y justificadas por el DCR ante el alto costo de mantenimiento de la estructura, un edificio del 1938. 

Las mujeres se mudan a una institución del Departamento en Bayamón, donde, según la agencia, les ofrecerán los mismos servicios. Incluso si reciben los servicios y terapias, realmente vuelven a estar detrás de los muros, las barras y las serpentinas que les recuerdan que le fallaron a la sociedad. 

La Junta de Control Fiscal sigue tomando decisiones basadas en dólares y centavos, sin pensar en los costos sociales a largo plazo. Es cierto que las mujeres representan solo el tres por ciento de nuestra población carcelaria (un total de 263 confinadas para el 2019), y que la población penal femenina con hijos ha disminuido. Sin embargo, se pierde la oportunidad de ser creativos para ampliar un programa exitoso que podría beneficiar a más personas.

Recordemos que el encarcelamiento de las mujeres, sean madres o no, conduce generalmente a la desestructuración de las familias en las que tienen un rol protagónico. De hecho, muchas mujeres privadas de libertad mantienen responsabilidades relacionadas con el cuidado de hijos y de otros familiares, desde la cárcel, lo que las coloca en una situación de extrema vulnerabilidad.  

Esta mudanza, que se siente como cierre, nos recuerda las palabras sabias de Fernando Picó: “La cárcel de hoy cumple muy mal los tres propósitos que se le adjudicaron en el siglo 18. No es disuasivo, ni rehabilita, y el castigo que administra es cruel e inhumano. Lejos de resolver los problemas sociales, los ha complicado. Como el hospital europeo del siglo 19, que vino a ser foco de infección epidémica en vez de sitio de curación”. 

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