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Bienvenidos a las nuevas masculinidades

nuevas masculinidades

que lloren
lo que yo quiero es
que lloren

– Ivy Queen

Desde que nací, estoy sufriendo violencias por el mal del patriarcado. Me enseñaron que esta opresión era normal. De generación en generación esta dominación masculina continuaba en mi familia y yo tenía que aceptarla. Como mujer, debía conformarme con los roles tradicionales y cumplir con mis ‘obligaciones’ como  madre, ama de casa y esposa.  Es decir, someterme a estas reglas autoritarias sin cuestionarlas. Creí que ese era el patrón de conducta a seguir, e incluso que me hija también debía acogerlo. 

Mi pensar cambió a los 52 años cuando tomé mi primer curso universitario de género. Con las primeras lecturas de Judith Butler y María Lugones, me di cuenta que todo lo que había aprendido acerca de mi supuesto papel como mujer era una falacia. ¡Era como si hubiera acompañado a Alicia de vuelta del país de las Maravillas! Fue un giro radical porque me percaté que yo servía para mucho más que para cumplir con las directrices que mi madre me había impuesto. Me enferma saber que he sido cómplice de perpetuar esta opresión que he vivido en carne propia, pero decido con valor y alegría romper con este paradigma.

Mis clases de género también me llevaron a pensar en la construcción de las masculinidades puertorriqueñas. Me ayudaron a comprender y a entender situaciones con todos los varones de mi familia, especialmente con mi hermano y con mi hijo. En mi primer trabajo para el curso le escribí una carta a mi hermanastro en la que me encontré en un flashback de emociones y a la misma vez entendí lo que había pasado en mi casa. Mi hermanastro y yo teníamos una relación bien cercana que rompía todos los estereotipos de género. Él jugaba conmigo a las muñecas y a toda clase de juegos atribuidos a las niñas. Siempre que compartíamos su padre se acercaba con crueldad y dominaba una atmósfera de opresión machista. Cuando su endemoniado padre venía, él se alejaba de mí. Cambiaba su voz, su postura y su manera de expresarse. No comprendía porqué no podíamos seguir divirtiéndonos. 

Todavía escucho cómo le decía que no podía jugar conmigo, que tenía que ocuparse de convertirse en hombre. Esas palabras iban acompañadas del retumbar de la hebilla y el cuero de la correa, mientras vociferaba: “te voy a hacer un hombre”.  En Entender el patriarcado, bell hooks describe los castigos físicos que sufrió de niña a manos de su padre. hooks lo nombra ‘pornografía de la violencia patriarcal” y así era el espectáculo traumático repetitivo que viví en mi niñez. Era la advertencia que venía con la violencia física para que ocuparas un lugar asignado de género, que no te salieras de ese papel y que no cruzaras los límites trazados por el patriarcado.

Recuerdo que en el último ensayo del curso, analicé críticamente y me pregunté qué estamos haciendo para cambiar nuestro machismo puertorriqueño y me lo contesté con las lecturas. Existe otra forma de pensar, hay que trabajar las masculinidades contestatarias y alternativas y pensar en otras maneras de ser hombre. Como explica Margarita Sayak Valencia en su libro Capitalismo gore

(…) las masculinidades no podrán ser entendidas como nuevas si se desligan del transfeminismo, del movimiento queer y del devenir minoritario, si no logran desligarse de la obediencia y la investidura de la Masculinidad como la entienden el poder y el discurso hegemónico. (73) 

El feminismo nos permite pensar otras masculinidades y debe estar en todos los lugares, como dice Sara Ahmed. Invito a todos los lectores a deconstruir la masculinidad hegemónica que genera violencia y dar paso a otras masculinidades alternativas. Por mi parte, puedo afirmar que no participaré ni ayudaré a sustentar la masculinidades que producen hombre violentos, que encajonan y enjaulan sus emociones, deseo que sean quienes quieren ser abiertamente. Por eso, si mi nieto quiere llorar y mostrar su vulnerabilidad, lo apoyaré siempre. 

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